sábado, 31 de mayo de 2008

El último mes

En todo este mes he actualizado sólo una vez. Dos si contamos esta entrada como una actualización propiamente dicha, y no como una nota explicativa de mis por qués; ¿por qué, entonces? Pues porque la inspiración, como muchas otras cosas que forman parte del universo, se transforma. Y estos últimos días a mi se me transformó de palabras en forma pictórica. Me he pasado los días dibujando (creando unas cosas mejores que otras...) y sin ganas de escribir, sin nada que decir. Soy de los que piensa que las cosas no hay que forzarlas, sino dejarlas fluir, y las palabras, estos días, no fluían de mi.
A partir del próximo mes que comienza mañana supongo que escribiré, de nuevo, con mayor asiduidad. Recupero algo que hacía tiempo echaba de menos: tiempo libre. El lunes termina mi contrato en la empresa donde he estado trabajando estos seis últimos meses y he decidido no renovar. De vez en cuando a mi me gusta ser consecuente, y tras todo lo que he dicho del sitio y de la gente que trabaja allí prefiero irme con un ¡bang!, cuando las cosas todavía me van bien por allí, y cerrar este ciclo para empezar otro.
Necesito un cambio de aires.

martes, 13 de mayo de 2008

Orina

Liberado de todo estrés, tras haber pasado las pruebas de acceso a la universidad satisfactoriamente, esperaba a Verónica y Carolina apoyado en una barandilla, de cara a un parquecillo. Un hombre mayor, de unos setenta u ochenta años, frente a mí, sentado en un banco, leía el periódico. La zona era uno de los puntos comerciales más vivos de la ciudad, por la que mujeres enfrascadas en sus compras, oficinistas, y niños volvían del trabajo y del colegio, transitando ajetreadamente de un lado a otro.
Un olor a orín húmedo se coló por mis fosas nasales. Frente a mí, el banco de madera sobre el que estaba sentado el hombre goteaba empapado. Se había hecho pis encima.
Instintivamente se levantó, derramando la orina a lo largo de la pernera de su pantalón, hasta los zapatos. Intentaba cubrirse con el periódico, para disimular así su vergüenza. La gente se arremolinaba a su lado, mirando y cuchicheando. Se apoyaba en la pared de una tienda contigua, arrastrándose por su pared en la huída y marcándola con la humedad de su pantalón.
Deseé poder haberle ayudado. Antes de que llegasen mis amigas el hombre me miró fijamente a los ojos. Los bajó a sus pantalones mojados y de nuevo volvió a mirarme. De entre sus labios escapó una leve voz: lo siento, susurró.