lunes, 31 de marzo de 2008

Galleria Umberto I, Napoli

El niño, descalzo y vestido con harapos, miraba a su alrededor, sorbiéndose los mocos. Una niña, poco mayor que él, le aleccionaba sobre el arte del pordioseo, indicándole las mejores artimañas para dar pena y sacar así los colores (y unas cuantas monedas) a los transeúntes que se congregaban bajo el techo de la Galleria Umberto I, resguardándose del sol abrasador del mes de Agosto napolitano.
Esa fue la primera vez que vi a dos niños ejerciendo la mendicidad. Separados, paraban a cualquiera que se cruzaba por su camino, rogando limosna. La niña arrugaba la cara, encogía los ojos y simulaba el llanto. Por su parte el niño únicamente se sorbía los mocos, que ya se le deslizaban por las comisuras de los labios, y fijaba su negra mirada en los ojos de su objetivo. Curiosamente su observación sincera de las entrañas del otro surtía más efecto que la pantomima de la niña.
Cuando habían conseguido reunir unas cuantas monedas, alegres se acercaban a un hombre que les observaba desde la distancia, leyendo un periódico, y a él le entregaban el botín. Y una vez les daba unas palmaditas en los hombros y les dedicaba una sonrisa chapada en oro, los dos niños de nuevo correteaban bajo el techo de la galería, la niña arrugando la cara y el niño fijando su oscura mirada.

jueves, 27 de marzo de 2008

Esclavos en un circo de Italia

Un circo en Italia tenía esclavizados a un matrimonio búlgaro y a sus dos hijas, a las que obligaba a bañarse con pirañas. -- 20minutos.es

Sobre el frío alambre metálico Anna y Sofía se dibujaban en la distancia como patéticos apéndices de un árbol deshojado. Sus cuerpos cansados se doblaban peligrosamente amenazando caída.
Bajo sus pies el estanque de agua rebosaba pirañas, y a su alrededor los espectadores aguardaban con morbosa vigilancia el desplome de las niñas. Sus padres contemplaban el espectáculo con horror.
Sofía se aferraba con fuerzas a los brazos de su hermana, hincándole con fuerzas las uñas a la carne. Anna intentaba avanzar arrastrando consigo lo que quedaba de la otra. Los pies de Sofía se deslizaban torpemente sobre el hilo de metal, rasgando su piel y goteando aperitivo para los peces, que con el sabor de la sangre se revolvían, devolviendo hacia las niñas su burbujeante violencia.
Cuando hubieron llegado al borde y bajado las escaleras que las conducía de nuevo a suelo firme, ambas niñas, arropadas por sus padres, comenzaron a caminar arrastrando los pies desnudos. Tras de ellas un reguero de pirañas desfilaba en fila india, en macabra procesión, sorbiendo los restos de sangre que, con cada paso de las hermanas, impregnaba el camino.

lunes, 24 de marzo de 2008

Hipocondría en la era de la información

Te sale una llaga en la boca, y por curiosidad (y porque no tienes nada mejor que hacer), aunque sabes que no debe ser gran cosa, googleas "llaga en paladar" y te devuelve 55.600 entradas. Pinchas la primera: el primer síntoma con que la sífilis se manifiesta en la boca es por medio de una llaga (glups) indolora". Te pasas la lengua por el cielo de la boca y caes en cuenta de que sientes ligeros pinchazos y escozor. ¡Que te jodan, Treponema pallidum!. La siguiente página habla sobre aftas: pequeñas ampollas en la boca de diez días de duración de media, que producen gran dolor. Pero las aftas son gregarias, y lo que tú tienes es una única llaga solitaria... así que tampoco ese puede ser su nombre. Herpes. Pero a esta patología sí que la conoces bien y en nada se parece a lo que tienes. No sientes escozor, ni ardor, y mucho menos calentura. Cáncer de boca. Candidiasis oral. Gonorrea faríngea.

Al otro lado del teléfono me responde Sergio. Cierra ahora mismo internet y deja de googlear cualquier cosa que te sale. No es sano, y eso que tienes en la boca no es más que una llaga.
Frente a mí la pantalla del ordenador parpadea incesante, y sin apenas ofrecer resistencia me ahogo en ella y vuelvo a teclear.

martes, 18 de marzo de 2008

Formas

Tenerle delante, a sabiendas del poco tiempo que ya nos quedaba para disfrutar juntos, acrecentaba el sentimiento de nostalgia. Creo que él también se daba cuenta, porque me estrechaba contra su cuerpo. Yo, sobre su pecho, me concentraba en escuchar latir su corazón. En su aroma y su calor. En la forma de sus dedos y uñas, que me apresaban las manos. Recorrí hacia arriba sus formas. Hasta toparme con sus ojos, siempre escudriñando su alrededor. El baile de sus ojos posándose en todo lo que le rodea, su mirada castaña, que primero observa y después siempre se cae sobre la mía. La forma de sus labios, que se pliega a los bordes. El mechón blanco que le asoma en la coronilla.

Cuando se bajó del coche me giré hacia atrás, y le vi parado en la calle, mirándome. Me fue imposible que no se me formase un nudo en el estómago, y lentamente una lágrima se me escurrió por la mejilla, hasta la boca. Su beso mudo.

miércoles, 12 de marzo de 2008

El abrazo mudo

El viento gélido de enero endurecía las lágrimas que corrían sobre su rostro. A su alrededor la confusión producida por el cambio de entorno nublaba su vista y sus restantes sentidos. Las voces de los otros se le antojaban enigmáticos zumbidos, y se sentía desesperada ante la incapacidad de poder descifrarlos. Se aferraba con fuerzas, abrazada, a la espalda de su hermana. Apretando los ojos, intentando así que todo lo extraño, todos los extraños, desaparecieran.
Éste es el primer recuerdo que guardo de ella.
Ayer, mientras ensimismado me dirigía hacia el metro camino a casa de Sergio me topé con ella. Esta vez a quien apretó con todas sus fuerzas fue a mí, contándome con su abrazo mudo cuanto me había echado de menos. Y yo a tí.
Es curioso como puedes reencontrarte con alguien, después de tanto tiempo, y sin embargo sentir una victoria al correr del tiempo, como si este, con respecto a esa determinada persona, en un momento fijo hubiese quedado paralizado.

lunes, 10 de marzo de 2008

Lo que me contó mi abuela

Que cuando mi abuelo le gritaba y levantaba la mano, ella siempre se escondía en el cementerio, y allí, entre lápidas, recuerdos borrados y llantos ajenos, encontraba la tranquilidad que necesitaba para mantener la calma.
También que se marchó de su pueblo tras la guerra (sus recuerdos más vividos de entonces son las noches en el jardín, mirando hacia el cielo cuando las sirenas sonaban anunciando bombardeo; la rendición y ocupación de su casa por el ejército nacional, por ser sobrina de un concejal socialista, y los intentos de violación a las otras chicas de la casa por parte de los soldados moros), buscando en Madrid la prosperidad que la posguerra le había negado allí donde nació. Y que lo que encontró fue una habitación compartida con sus tíos en Vallecas y un trabajo como costurera para una congregación de monjas que, horrorizadas por no estar bautizada, la obligaron no sólo a esto sino también a recibir la primera comunión. Todo de una vez.
Que a mi abuelo le conoció en la boda de unos amigos, y aunque al principio no le gustaba terminó por salir (y casarse) con él. Él siempre se caracterizó por su cobardía: la que demostró al salir huyendo de la Casa de Campo al escuchar las metrallas de los nacionales acercándose, al casarse aún no queriendo a mi abuela (pese que finalmente ella sí se había enamorado de él), y al morir por la cobardía de no ir al médico para que le diagnosticase el dolor que le oprimía el pecho.
Mi abuela tomó el gesto absurdo de caer en depresión al morir él (y entrar en detalles sobre su complicada relación me llevaría una nueva entrada completa) .
Me contó que el día que se casó mi madre, con veintiún años, ella se encerró en uno de los lavatorios y vomitó hasta que se le nubló la vista. Y que cuando mi madre le dijo que se casaba con un hombre catorce años mayor que ella la cogió de los pelos y la dijo que la iba a matar. Y que de eso era de lo único que se acordaba cuando el amargo de sus jugos intestinales provocaban el llanto de sus ojos secos.
Que pasaba las noches en vela, con mi hermana y conmigo en brazos esperando a que volviese ella de madrugada del trabajo, y que cuando mi madre aparecía yo daba palmas y estiraba los brazos para que mi madre me besase. Que a la primera persona que llamé mamá no fue a mi madre, sino a ella, y halagada, a la par que avergonzada, se propuso el corregirnos a mi hermana y a mí para que mi madre no pensase que intentaba ocupar su lugar.
Que desde que estoy a su lado se siente algo menos vacía y que los ratos que los dos pasamos juntos en su casa la hacen sentirse más activa. Que es así, no estando sola, como se siente más viva y como todos sus recuerdos, a través del recipiente en que yo me convertí, toman forma y permanecen en forma de entrada escrita.

sábado, 8 de marzo de 2008

Corina se despide de R y rompe con su madre

Desde hace unos días siempre que hablo con Corina me encuentro de buen humor, puesto que al fin se ha decidido a darle portazo al cara dura de R. R y Corina mantienen una relación clandestina desde hace tres años y algo. Han reído juntos, salido a cenar, ido de dompras, hecho el amor... pero nunca se han ido de vacaciones como las parejas normales, porque R tiene novia desde hace cuatro años. Corina es la otra.
Yo le digo siempre a Corina que R para ella es como la droga, y tiene que desengancharse. Lo que necesita Corina es un proyecto hombre de las relaciones, porque la pobre lo ha intentado todo (conocer a otros, volverse célibe, escarcear con el rollo-bollo...) pero le vuelve a ver y... ¡zas! recaída otra vez.
A mí todo esto me da mucha rabia porque Corina es una de mis personas preferidas y se merece a alguien que la quiera, para quien sea la primera en todo y no un reemplazo o un receptáculo de sus avances sexorgásmicos. Así que cuando pienso en R me meto en mi papel, provoco mi furia y empiezo a despotricar.
La última semana que ví a Corina hacía ya dos meses que no se veía con R, y poco a poco iba recuperando la normalidad de su vida. Después de navidades, Corina fue a casa de la madre de R porque ésta tenía un regalo para ella. ¿Qué tal vas de amores? le preguntó la madre de R. Bueno... he tenido una relación con un chico... pero he decidido terminar con ella porque yo no quiero ser el segundo plato de nadie, ¿sabes? Le respondió Corina. Al ir a salir por la puerta, una vez ya se hubo despedido de ella, la madre la cogió por el hombro y le dijo: Espero que después de todo nos sigamos viendo. Corina no pudo resistir el brillo acuoso de sus ojos. Por supuesto que sí. Porque en algunos casos es más fácil darle carpetazo al amante que romper con una suegra.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Contacto ajeno

El pasado viernes, de camino a casa de Nathalie, entre las estaciones de Atocha Renfe y Tirso de Molina, el vagón de la línea dos en el que viajaba se llenó de gente. Lidiando con matojos de pelo, codos, y alientos hediondos conseguí colocarme en un rincón, entre los barrotes de metal amarillos y la puerta; frente a mí se colocó una pareja de mediana edad formada por un hombre y una mujer.
Algo rozó mis dedos. La mujer, creyendo que era la mano de su marido, agarró la mía. Y yo se la sostuve, en un anónimo momento de complicidad. Una total extraña necesitaba del tacto de alguien (en realidad no de alguien cualquiera, de su pareja-marido-novio), pero en ese momento a mí no me importo actuar de reemplazo.
Un rato después, imagino que por el contacto de la piel ajena, la mujer se dió cuenta, me soltó y posó su mano sobre la cadera del hombre, me miró de reojo y después alejó la vista.
Yo sin embargo esbocé una sonrisa. El contacto de su piel me hizo sentirme por un momento afortunado.