jueves, 28 de febrero de 2008

¿Somos diferentes? (papel de arroz)

Hace unos años...

No decir palabras y guardárselas muy dentro, cuando se siente que ya es poco lo que merece la pena. Miras por la ventana reposando tus ojos sobre los tejados, mientras la lluvia golpea con fuerza sobre tu rostro. Al otro lado, él espera mojado bajo una parada de autobús. La gente le empuja mientras pasa por su lado, casi sin percatarse de su presencia.

Las lágrimas no siempre caen hacia afuera.

Has memorizado cada uno de sus trazos, y sobre papel de arroz los practicas en orden para nunca olvidarlos. Horizontal-vertical-curvado-y hacia el centro. Nunca imaginaste que cuatro movimientos pudiesen colmarte tanto. Tiene los ojos cerrados, y siente el cosquilleo de tus dedos trazando sus rasgos. Horizontal-vertical-curvado-y hacia el centro.

Nunca te ha contado que se duerme a tu lado aspirando el aroma de tu cabello.

Con la mano, evitas que la lluvia arruine lo que juntos habéis creado. Te vales de la suya, más grande y fuerte. El apoyo de tu mano alrededor de su muñeca impide que la suya desfallezca.

Vuestro imperio de papel de arroz se mantiene a salvo.

Ahora...

Sergio me dijo hace unos días que somos diferentes a los demás. Lo que nosotros tenemos, lo que hemos construído juntos, es distinto a lo que tienen otros. Único. Y yo sé que no se trata tanto por haberlo levantado en el microcosmos que es el mundo homosexual (este sí, este no, este me gusta me lo como yo), sino por haberlo creado en el mundo en que nos ha tocado vivir, en el de las relaciones fast-food, en el de los "aquí te pillo aquí te mato", en el de "yo me canso" y "yo lo valgo", en el de "ahora o nunca". Yo no creo que tener algo así nos haga especiales, yo no creo que tener esto nos haga ser diferentes... le dije yo.
Pero quizás en el fondo sí lo somos... Tal vez el tenernos el uno al otro nos ha cambiado irremediablemente (sí, lo ha hecho). A lo mejor es verdad que no es nada fácil llegar a un nivel de compromiso y comprensión como el que nosotros tenemos.
Por eso hay veces en que me odio tanto. Porque aunque erguido es frágil, y un simple chasquido de dedos (de mis dedos, siempre que meto la pata) podría hacer que todo esto se desmoronase. Que nuestro imperio de papel de arroz se fuese al traste.

lunes, 25 de febrero de 2008

Hansel&Gretel V.2008

Hansel y Gretel desembocan en una multitudinaria estación de autobuses provenientes de algún lugar de la Europa del este con poco más que sus ropas y un manojo de billetes en sus bolsillos. A Gretel una amiga le ha contado que es fácil encontrar trabajo para los dos en Europa occidental, y así, con una mano delante y la otra detrás, los dos hermanos se lanzaron a la aventura de encontrar un destino mejor. Marcando su camino con la mugre de sus zapatos se apresuran hacia la parte más oscura de la ciudad, apremiados por el hambre y la falta de higiene personal. Por10 € la noche una africana les alquila una cama por horas, y una vez han pasado unos días allí y la nigeriana se ha ganado su confianza, Gretel es encerrada en una de las habitaciones de la casa mientras Hansel es obligado a delinquir para sobrevivir y pagar el alquiler. Los días en que Hansel no está por estar "trabajando", la nigeriana obliga a Gretel a ejercer la prostitución. Y de este modo, entre cuerpos que se le enredan y sábanas que erosionan su dignidad, Gretel se va ahogando en la inmensidad de sus sueños, mientras Hansel, entre navajas y papelinas, olvida quien una vez fue.

martes, 19 de febrero de 2008

2ºB

Cuando tengo que enfrentarme a un cambio lo suelo hacer con una mezcla de pereza y timidez. Por eso muchas veces decido arrastrarme sin más, y es esta la forma en que me enfrenté a mis prácticas del C.A.P. el año pasado [1].

Lugar de autos: Instituto de Educación Secundaria de Torrelodones.
Curso escogido: 2º de E.S.O.

Al llegar allí me encuentro de pronto al otro lado: intercambiando cafés y risas con las/los profesores/as titulares y suplentes del departamento de lengua inglesa. Al otro lado porque hasta no hace mucho la única forma que tenía para poder entrar en un departamento de educación secundaria era, como mucho, para reclamar un exámen o para preguntar dudas. Buen rollo generalizado, e incluso las profesoras me echaban piropos. Uyyyy... yo que tú de los bachilleratos pasaba, porque allí las niñas están como perras salidas y en cuanto vean aparecer a un chico jovencito, moderno y guapete como tú... entraran en celo. Me decían unas. De 3º y 4º de la E.S.O. ni hablar, no están tan salidorras como las de bachiller, pero desde hace poco tiempo menstruan y también están a la que salta. Vamos, terror total. Así que como dije antes decidí decantarme por 2º de la E.S.O. pues con 12 años, según lo que yo recordaba, no podía más que esperarme un remanso de calma en el caos que de por sí ya es un instituto. Craso error. Eso que se dice generalmente, y que suena a tópico, de que las nuevas generaciones vienen pisando fuerte es cien por cien verídico; yo doy fé de ello.
¿A o B?
Decidí pasarme por las dos y así después decidir cuáles serían mis sujetos de estudio para redactar mi memoria... (parte también fundamental para aprobar el C.A.P.) Y me tope con la cruda realidad de 2ºB (la peor clase de su promoción según el claustro de profesores). Me recibió a la entrada una púber (¿con doce años ya son púberes?) con sonrisa metalizada. Llamémosla... Vane. Ya me habían puesto en preaviso sobre ella. Ya verás la Vane, la reconocerás por su tanga y su melena al viento. Yo me senté atrás del todo, y observé como la clase destruía sin piedad a la pobre profesora, que no hacía más que acumular negativo tras negativo contra cada uno de ellos en su PDA. Y Vane mientras se giraba, me miraba, sonreía, me preguntaba dudas... hasta que la chica que tenía a su lado, llamémosla Yoli, le metió un empujon y le dijo que era una ZORRA. Así, en letras grandes, porque la palabra retumbó por toda la clase, y comenzaron a pelearse. No sé cómo de pronto llovían bolas de papel por todo el aula, un niño le tiraba a otro un hula-hop, otro pintarrajeaba la pizarra, la profesora se desgañitaba en la pizarra, y la Yoli le gritaba a la Vane que era una zorra que lo único que le gustaba era comer pollas.

Ni que decir tiene que tras esa hora en que las puertas del Averno se abrieron ante mí decidí quedarme con la clase de 2ºA.


[1] El C.A.P., o Curso de Aptitud Pedagógica, es una suerte de cursillo que se da con el fin de obtener el título que te capacite para poder ser (¿?, más bien ejercer, y a veces ni tan siquiera eso) profesor en la Educación Secundaria Obligatoria y Bachilleratos.

lunes, 18 de febrero de 2008

Se me escapan las horas

Últimamente me encuentro arañándole horas al reloj. Hasta hace pocas semanas he estado intentando estirar mis días acostándome más allá de la medianoche. Los días siguiente os podéis imaginar en qué estado me encontraba... ni todo el café y té verde del mundo conseguía despertarme... y me pasaba las horas en la oficina en total estado de ensoñación, golpeando mi mirada contra la pantalla y dejando rebotar los dedos sobre el teclado. Por la noche, de nuevo, a la cama más tarde de las doce, y otra vez vuelta a empezar en un círculo vicioso que para lo único que sirve es para prolongar mi estado de sueño e irritabilidad.
De vez en cuando, una noche a la semana, se me agota la batería y caigo rendido sobre mi cama. Y me prometo una y otra vez que dejaré que fluyan las horas mientras yo dormito en la absoluta oscuridad de mi cuarto. A la noche, de nuevo, vuelvo a aferrarme al minutero del reloj, y con ojos como platos observo detenidamente el pasar de las horas y mi oportunidad de, a la mañana siguiente, despertarme lúcido y lozano.
Sin embargo, cuando despierto, y consciente de que estoy hipotecando mi tiempo, no puedo evitar más que pensar que a diario se me escapan las horas.

viernes, 15 de febrero de 2008

Compañeros de gafas

Hace un par de años, cuando estaba en el último de la carrera, me dió por querer tener gafas. Lo cierto es que de lejos siempre he visto mal (demasiadas horas de lectura y frente al ordenador, supongo, acuciado por la falta de sueño), y le dije a Sergio que creía que necesitaba gafas. ¡¡Bieeeeeeeen!! ¡Yo te acompaño a la óptica!, me decía. Pero claro, él no podía ser parcial en el tema, pues al llevar él gafas, lo que quería era que yo las tuviese también y que de ese modo fueramos, de alguna manera, no sólo amigos, hermanos y amantes, sino compañeros de gafas.
Decidí finalmente no ir con él, sino con mi hermana, otra experta en el querer y tener gafas. Dos años antes ella empezó con la misma pamplina que yo, y había conseguido que por lo menos se las pusieran para leer y ver de lejos. Así que nos fuímos a la calle Goya, y allí, entre bisones y pendientes de perlas, me hice un exámen optométrico. Aunque a veces las letritas que ponían frente a mí se me desdibujaban (a cualquiera se le desdibuja una letra de dos centímetros escrita a cuatro metros de distancia, que era la que había más o menos desde la lente por la que yo miraba y la pared donde colgaban las letras), en ocasiones finjía el no leerlas bien, o el confundirme en sus formas.
La óptica (una chica con gafas, por cierto), me dijo que ni siquiera tenía vista cansada, que no las necesitaba. Imagináos la decepción. Me sentía como si me hubiesen denegado la entrada en un selecto club. Me fuí con mi hermana de allí con el alma en los pies, y una vez en la calle ella se puso sus gafas para leer el plano de metro y yo a su lado, mirándola, no pude más que sentir anhelo.

miércoles, 13 de febrero de 2008

X1 y X2

Para cuando decidimos volver de Orense, X1 y X2 ya no nos dirigían la palabra. Volvímos en el coche de X1, los dos sentaditos en el asiento trasero y separados por una muralla de maletas colocada estratégicamente para interrumpir cualquier comunicación que entre nosotros pudiese establecerse. Según X1 las maletas iban colocadas ahí porque las nuestras no cabían en el maletero del coche, y si las colocaba en un lateral de los asientos el coche se le descompensaría (¿?) hacia un lado (¡ja!). Así que imaginad el viaje: X1 y X2 torturándonos con su CD de música de Disney durante todo el trayecto hacia Madrid, mientras Sergio y yo intentábamos darnos la mano por encima, debajo y detrás del muro de equipaje. Para cuando llegamos a mi parada, X1 y X2 se ofrecieron para acercar a Sergio a la suya. Se bajó del coche con la cara blanca y me pidió quedarse a comer en mi casa, mientras X1 y X2 se perdían en la distancia tarareando canciones de La Sirenita...
Aún nos dura el susto.

lunes, 11 de febrero de 2008

Kino International

A Sergio le engañó Uli diciéndole que el sitio en cuestión aparecía en GoodBye Lenin!. Bueno, en realidad eran 9/10 de mentira, porque sí que salía... durante tres segundos en los créditos de inicio. Al entrar en el local nos recibieron dos travestis enormes, con un chupito verde y otro rojo en cada mano. Una especie de Matrix distorsionada. Yo me tomé el rojo. Bajando por las escaleras que se abrían frente a nosotros penetramos en el infierno, sólo que en vez de repleto de demonios de rabo largo, cuernos y tridente, lo que nos recibió fue una marabunta de alemanes afeminados rompiéndose las caderas en la pista de baile... para el horror de Sergio. Y una música a un volumen tan atroz que me hacía retumbar hasta las cuencas de los ojos. Sergio se tapó los oídos (algo típico en él siempre que le he arrastrado hasta cualquier discoteca) y yo decidí socializar un poco. El novio de Mathias, el mejor amigo de Uli, que era méxicano, se acercó y me preguntó que qué me parecía Berlín. Me gusta mucho, es una ciudad muy bonita y elegante. Me miró con incredulidad: ¡DE ESO NADA! ¡¡¡Para bonita y elegante Madrid!!! Me quedé un poco pasmado. Bueno... vale... Sergio me agarró del brazo y me dijo que él se iba de allí, que no soportaba la música y que si yo quería que me quedase. Miré a mi alrededor, a la fauna. Al novio de Mathias. A la cama repleta de ácaros que daba entrada a la "discoteca". A Sergio. Me voy contigo. Y con un: ahora volvemos... nos marchamos de allí. Paseando de vuelta al hostal por Alexanderplatz hice lo que más me gusta siempre que juntos vamos paseando: chocar nuestros hombros y hacerle reír.

sábado, 9 de febrero de 2008

Coreanas evangelizadoras

Aprovechando el tirón del post del último día, y puesto que últimamente ando un poco parco en ideas, rememoraré aquí una de las experiencias más freaks de mi vida contándoos algo que me sucedió hace dos o tres años.
Acababa de salir de clase, a las 14:30, y en la estación de metro de Ciudad Universitaria me disponía a coger el metro para volver a casa cuando hacia mí se acercó una chica oriental. Yo siempre intento ayudar a todos los extranjeros que en el metro, perdidos, se acercan a mí (uno no sabe lo bien que sienta que te ayuden en tierras ajenas hasta que sales a otro país y te encuentras totalmente perdido...), y con esta chica hice lo propio. Con una sonrisa me miró fijamente y me dijo: ¿te puedo hacer una pregunta? y yo claro, le dije que por supuesto que sí. ¿Querría saber como llegar hasta avenida de América? ¿o bien por donde quedaba la facultad de matemáticas? ¿tú crees en Jesucristo? Me quedé pálido. Y lo primero que me salió por la boca fue un rotundo NO. Así, en mayúsculas y negrita. ¿Y por qué? me preguntó ella. Pues porque no, le respondí yo. ¿Tú has leído la biblia? volvió a preguntarme ella. Sí, sí la leí, estudié en un colegio de monjas... pero no me gusta, contesté. Pero... ¿por qué? si en la biblia están las respuestas a todo, me aseguró ella. No las que yo busco..., respondí yo. Bueno, verás, es que yo quería invitarte a leer la biblia conmigo y con unos amigos, en nuestra casa... Al girarme ví que otra chica oriental se acercaba hacia nosotros, y ya sí que comencé a asustarme. Una encerrona. Yo soy coreana, y he venido aquí a España a evangelizar... Las dos coreanas me miraban sonrientes frente a frente. Y fue entonces cuando sentí el impulso de terminar tan absurda conversación y escapar. Perdón, es que no me interesa lo que me estás contando, y es que además tengo que irme... Así que me giré y salí corriendo escaleras mecánicas abajo hacia el andén. Imagino que las dos se quedarían ahí arriba, buscando otros indefensos estudiantes ateos a los que invitar a su ágape evangelico.

martes, 5 de febrero de 2008

Semejanzas entre diferentes

Normalmente, cuando vuelvo del trabajo a casa, si no voy leyendo porque tengo demasiado sueño me entretengo en observar a la gente que tengo a mi alrededor mientras escucho música. Me encanta imaginarme historietas sobre ellos para abatir el sopor que el trayecto de vuelta me produce... y hoy ha sido uno de esos días. Frente a mí se ha sentado una chica sudamericana, de unos treinta años. Ha sacado una revista evangelista y se ha puesto a leer ávidamente. No contenta con eso, de su bolso ha sacado una edición de bolsillo de la biblia, y como loca ha comenzado a subrayar páginas y páginas, comparándolas con las de la revista (y supongo que con lo que en ella ponía). No termina todo ahí, pues después de esto, también de su bolso ha sacado una hojita de papel y se ha puesto a copiar versículos y a decorar la hoja con crucifijos y "dios te ama" por las esquinas. Y entonces, cuando horrorizado la observaba cual animal exótico enjaulado, ha sacado la cartera y se ha quedado mirando fíjamente una foto. La foto de un hombre. Ha estado mirándola apróximadamente diez minutos, mientras con la yema de los dedos acariciaba su rostro y se le dibujaba una sonrisa en la cara. Después ha guardado la notita con el versículo copiado tras la foto y se ha metido la cartera, la biblia y la revista en el bolso. Sin más se ha levantado y se ha ido, dejándome con la historia a medias y con la certeza de que, aún cuando yo pensaba que éramos radicalmente distintos, sí que entre nosotros había algo compartido.

sábado, 2 de febrero de 2008

Lluvia de monedas

El pasado miércoles Sergio me convenció de ir a comprar unos Cherry García al lado de su casa. Yo al principio no quería ir, últimamente se había comido todos los que me había comprado y yo había dejado a la mitad, y además no tenía muchas ganas de helado. Pero al final, entre unas cosas y otras terminó por hacerme el lío y bajamos a por ellos. Íbamos enfrascados en nuestra conversación cuando, al llegar a la puerta del supermercado, nos sorprendió una lluvia de monedas de euro. No, no caían del cielo. Al mirar a mi izquierda ví un hombrecillo, sin techo, de unos 50 años que me devolvía la mirada. Había puesto una cajita llena de monedas a la entrada del super para que la gente que salía (o entraba) le echase alguna monedilla. Y yo, que hasta entonces no reparé ni en él ni en ella, le había dado una patada a la caja desperdigando todas las monedas por la acera. Yo con mis tarrinas de helado de Ben&Jerry. Él con su cajita de céntimos y monedas de euro.