viernes, 26 de septiembre de 2008

La ventaja de ser nuevo

Una de las ventajas que he encontrado siempre al ser nuevo en un trabajo es poder observar a los demás sin tener que dar mucho de mí. No sé muy bien por qué, pero cuando uno llega nuevo a un trabajo, según mi experiencia, los que le rodean, los veteranos (por llamarles de algún modo), suelen actuar de la forma más simiesca posible, es decir: intentan hacerse notar haciendo monerías. Estas monerías suelen traducirse por intentar dar la nota levantando la voz, hacer chistes sin venir a cuento, gesticular exágeradamente, hacer ver todo lo que saben sobre el puesto de trabajo (o lo que es lo mismo, lo poco que sabes tú) o tomarse toda confianza contigo y contarte sus vidas y milagros sin tan siquiera saber tu nombre (eso sí, muy cortesmente, una vez has tenido que tragarte todo su bodrio, tienen el detalle de preguntar cómo te llamas; dejas de ser el nuevo, él, ese chico o simplemente ése durante un rato. Al día siguiente vuelven a preguntarte como te llamas, o te giran la cara y no te dirigen la palabra nunca jamás).
No sé si porque siempre que he llegado a un trabajo nuevo he ido con la mentalidad de ser algo temporal, o simplemente porque me gusta analizar a los demás, cada vez me cuesta más acercarme a mis compañeros de trabajo. La mayor parte de ellos me aburren. Y me aburre la manera que tienen de prejuzgar a la gente nueva (tanta suspicacia a veces me pone un poco de los nervios).
Imagino que tal vez, dentro de dos o tres meses, puede que incluso un par de ellos me caigan bien. Con los años me voy volviendo más asocial. Y también más intransigente.

viernes, 19 de septiembre de 2008

La loca de mi trabajo

Mi jefa fue la primera en hablar de ella. Por lo visto era agente de Wintherthur y la habían traído desde Barcelona a nuestro edificio, nuevos dueños de su compañía aseguradora, para darle un cursillo de reciclaje sobre nuevos protocolos. La cogió en el descansillo y le contó su vida (todo esto y mucho más, pero que tampoco viene al caso). Después le pidió que fuesen juntas a fumar. Y también le preguntó que si tenía un sobre, para meter una muela que se le acababa de caer.

Gema está sentada en el cuarto de la máquina de café, comiendose un sandwich de pavo. Me siento con ella y me cuenta cómo su anterior jefa se divertía manipulando a todas sus trabajadoras para que se diesen puñaladas traperas unas a las otras, y cómo después victimizaba preguntándose por qué todo el mundo pensaba que era mala persona. La loca de mi trabajo se acerca a nosotros. Nos mira fijamente, en silencio. Me llama la atención su ajustado traje rojo, el color gastado de sus labios (probablemente se lo había retocado hacía poco, después de haberse pasado tres horas pasando la lengua por ellos; aparentemente no había podido resistir hacerlo una vez más). ¿Cuándo empieza la fiesta?, pregunta. ¿Qué fiesta? Le respondo yo (últimamente me encuentro hablando con más gente loca que cuerda, no sé por qué, y les sigo la conversación a todos). Ella se gira y mira unos pasteles sobre una de las mesas. Yo no había reparado en ellos al entrar. Gema se ha atragantado con el sandwich. No lo sé, yo acabo de llegar ahora mismo y no tenía ni idea de que alguien estuviese de celebración. La loca de mi trabajo sonríe y se mordisquea el labio inferior. Después balbucea algo ininteligible. Gema y yo nos miramos. Me voy a fumar un cigarro, si me necesitáis para algo, estoy abajo. Y se va.

Volví una hora después y ya no quedaban pasteles. Probablemente se los comió todos ella, cuando nadie miraba. No la he vuelto a ver. Quizás no era agente de Wintherthur y simplemente estaba desorientada. O quizás, tras comerse los pasteles y sentir culpabilidad, cogió el puente aéreo de vuelta a Barcelona y se encerró en su habitación, hasta terminar la digestión de su pecado. O se fue en busca de más sobres donde ir metiendo el resto de sus dientes que fuesen cayendo.

De vez en cuando miro a ver si hay más pasteles y los está rondando, porque al menos abajo, fumando, no hay rastro de ella.

martes, 19 de agosto de 2008

Celos, ropa, y un paseo calle abajo

Sólo alcanzo a oir dos frases: Te gusta ir vestida así porque te gusta que te miren y ¡Estás metiendo la pata totalmente!.
Yo estoy sentado frente a mi ordenador, con un cuaderno sobre el teclado tomando apuntes y un libro sobre mis rodillas (como siempre), cuando los gritos entran a través de la ventana. Intento concentrarme en mi tarea e ignorarlos, pero me es complicado. No les veo las caras, sólo de barbilla para abajo. Él agita los brazos violentamente, mientras ella se los lleva, imagino, a la cara, y su cuerpo convulsiona en estallido de lágrimas. El ruido de los coches no me deja escuchar qué dicen, pero en un momento en que se hace silencio total en la calle estas dos frases llegan hasta mis oídos.
Por la noche veo Closer, y decido que la chica de la ventana es como Alice, el personaje de Natalie Portman. Y me la imagino caminando calle abajo por la Gran Vía, hacia plaza de España, como cuando Alice (o Jane), al final de la película, camina calle abajo hacia West 47th St., marcando pechos en una camiseta de tirantes blanca y con la tira del sujetador cayéndole sobre el hombro. Todos los que pasan por delante de ella se giran para observarla.
Aunque yo no soy de los que creen que ninguna mujer, o ningún hombre, se vistan para provocar. El efecto de la ropa en realidad es curioso, pues te hace sentir más o menos atractivo según cómo la combines; pero la lascivia está en el que mira, y los celos, independientemente de lo que uno u otro vista, son parte de uno mismo.

jueves, 14 de agosto de 2008

Tiempo gastado

Soy el único en la barra del bar. El resto de la gente, en parejas o soledad, se sienta en las mesas tras de mi. No les importará pagar el recargo, supongo, pero yo, desde que dejé mi último trabajo, siempre me siento en la barra. No sólo por ahorrar, sino también para poder observar a los demás. Hago tiempo. Hoy, por cuarta vez en dos meses, tengo una nueva entrevista para un trabajo basura. En momentos así, mientras juego con el croissant y le doy vueltas al café, reviso la agenda de mi teléfono, para ver a quien podría llamar. Por hacer algo. Me doy cuenta entonces de dos verdades irrefutables:

a. No tengo casi amigos.
b. Los pocos amigos que tengo tienen una vida.

Así que me vuelvo a meter el teléfono en el bolsillo, bebo mi café en cortos tragos para estirarlo, y mientras sigo quemando el tiempo hasta la hora de la cita.

viernes, 1 de agosto de 2008

Viernes de cenas

Últimamente, algunos viernes noche de los que dormimos juntos, nos da pereza hacernos la cena y hemos optado por salir fuera. Como este verano no nos vamos de vacaciones a ningún lugar exótico, hemos decidido sustituir esto por restaurantes extranjeros. Así hemos estado ya en China, Grecia, Egipto, Japón, y la pasada semana en Siria.
Nos sentaron entre otras dos mesas en las que se sentaban otras dos parejas. A nuestra izquierda, una pareja homosexual debatía sobre si las playas de Cancún eran mejores que las de Punta Cana. Aburrido. Mi atención, por tanto, se centró en la que teníamos a la derecha: una chica peruana, de unos veintitantos, y su acompañante, un treintañero pijo. Mientras esperábamos a que nos trajesen los platos (y he de reconocer que durante la cena, y en los momentos en que bien por hambre, o porque nos quedábamos sin nada que decir, callábamos) atentamente escuché su conversación.
La chica había llegado a Madrid por medio de una beca de su universidad, en Lima. Allí, según ella le contaba, cualquiera no puede alcanzar los estudios superiores. Sólo la gente adinerada podía asegurarse el acceso. Ella aseguraba no ser rica, ni mucho menos; gracias a su dedicación, e imagino que también a su buena suerte, había podido conseguir una beca que le había permitido el ingreso en la universidad. Las cosas allí son bastante complicadas, y más si como ella, uno decidía dedicarse al arte. Sus padres hubiesen preferido que estudiara ingeniería, o medicina. Pero ella se había rebelado y había terminado haciendo lo que más le gustaba: estudiar bellas artes para pintar cuadros.
La conversación se me iba y venía entre platos de comida y la sonrisa de Sergio. La siguiente vez que escuché la chica le contaba a su acompañante cómo Lima se había transformado en los últimos años en un centro multicultural, gracias a la inmigración norteamericana, canadiense y alemana. Aseguraba que era una ciudad totalmente cosmopolita.
La pareja gay pidió la cuenta y se fueron rápidamente de allí, imagino que a un hotel. La chica peruana seguía debatiendo sobre si le gustaba más la forma de vida limeña o sobre si en Madrid se sentía sola porque no conocía a mucha gente. El chico intentaba consolarla, supongo que con expectativas de postre (y no precisamente un eish saraya, sino otro mucho más preciado y que no venía en la carta del menú). Pidieron la cuenta y al poco se marcharon.
Cuando ya se hubieron ido, mientras esperábamos nosotros para pagar, le conté a Sergio todo lo que había escuchado. Estuvimos especulando sobre ellos, y después, como estábamos llenos, y como también solemos hacer cuando vamos a cenar fuera, nos fuímos paseando hacia su casa, bajando por la carrera de San Jerónimo hasta el paseo del Prado, y desde allí hasta su piso chocando los hombros.

miércoles, 23 de julio de 2008

Se cuidan perros en verano

El anuncio se encontraba pegado en una cabina telefónica, detrás de la salida de metro de La Latina. En él David, español, soltero (asumo), licenciado y de veintinueve años, se ofrecía a cuidar tu perro durante el periodo estival de forma altruísta. Ofrecía para la mascota su terraza de cuarenta y seis metros cuadrados en un ático del centro de Madrid. Prometía devolverla, una vez hubieses vuelto de tus vacaciones, aseada y debidamente alimentada. Aseguraba también que tras la estancia en su terraza palaciega, la mascota seguiría queriéndote más a ti que a él. A mí David me recordó un poco a mi prima, y a su fijación enfermiza de cuidar gatos leucémicos en la buhardilla de su piso, en la plaza de Tirso de Molina. Al fin y al cabo los animales estaban destinados a irse, aunque con un poco de suerte imagino que David volvería a verlos al verano siguiente.

jueves, 17 de julio de 2008

Soledad, Dios y un cáncer

A Soledad le diagnostican un cáncer, y ella lo encaja como una gracia divina. Le dicen que tiene metástasis, que no se va a curar, y que además no pueden decirle cuanto tiempo le queda de vida. Lo acepta como si fuera un regalo de Dios. Soledad es muy católica, de modo que su enfermedad no puede ser otra cosa que un presente mediante el cual el señor le está dando la oportunidad de vivir más intensamente su vida. Todos los lugares donde ella había buscado antes a Dios, su trabajo, sus aficiones, sus metas: todo era mentira, pues lo que ha aprendido a través del cáncer es que lo único que importa es el momento. Ha descubierto que el único tributo que puede dar es a través de sus buenas acciones hacia los demás, hacia aquellos que más la quieren.

Yo, que soy ateo, envidio la fuerza con que Soledad ha asimilado este duro golpe. Aunque a veces pueda llegar a pensar, escuchando su confesión, que únicamente es una fanática, el simple hecho de tener la capacidad de transformar el dolor en esperanza me hace admirarla y desear que ojalá Soledad se encuentre con lo que ella quiere al final del camino.

viernes, 27 de junio de 2008

Leve batir de sábanas

Me siento frente al ordenador, con un libro de crítica literaria a mis piernas, un cuaderno viejo sobre el teclado. Con una mano sujeto un bolígrafo azul, y con la otra presiono de forma plana el tabulador, hasta que el ordenador suelta un quejido. Miro por la ventana, y frente a mí un gato asoma por unos cristales entreabiertos. Le intento sacar una foto, pero la imagen se ve borrosa, y el gato termina convertido en un demonio de ojos brillantes. Me miro el reloj. La imagen del gato me recuerda al perro que normalmente veo al ir a casa de Sergio. Un chihuahua, al que sus dueños le han colocado una pequeña cama encima del aire acondicionado de la casa. Cuando sopla el viento suave entrecierra los ojos y olisquea. Libre asociación de ideas.
El batir de las sábanas colgadas en el tendedero frente a mi ventana me devuelve a la realidad. El calor me hace sentirme frustrado. Me intento librar de un sudor que no se va. Coloco mi cara frente al ventilador, el aire se mueve en todas direcciones estampándose contra mi rostro, pero al alejarme de él nuevamente vuelvo a estar empapado. Decido salir a dar una vuelta, a tomar el fresco, pero fuera no hay fresco alguno. Estalla una terrible tormenta que hace agitarse las ramas de los árboles, y termino calado hasta los huesos, insignificante frente a la magnitud de la tempestad. Me siento más mierda que antes. Así que vuelvo a casa, me quito la ropa mojada y seco mi pelo. de nuevo me siento frente al ordenador, con el procesador de textos abierto y golpeando el tabulador de forma plana con un dedo. Con el libro de crítica sobre mis piernas y el cuaderno viejo sobre el teclado. Con el quejido seco del ordenador y el gato que asoma entre los cristales. Y de nuevo, el batir de las sábanas colocadas sobre el tendedero frente a mi ventana me devuelve a la realidad.

jueves, 26 de junio de 2008

Piso maldito

Dos años atrás, no recuerdo si por estas mismas fechas, Sergio y yo nos encontrábamos buscando piso. Atentos a cualquier cartel que asomase desde alguna ventana, o a los anuncios dentados colgando de todas las farolas de la ciudad, nos alterábamos al dar con uno que se ceñía a lo que andábamos buscando. En seguida Sergio llamaba para concertar una cita. Así pudimos conocer a la pareja que intentaba deshacerse de su piso agrietado, porque Gallardón les había construído el circo permanente al lado y el ayuntamiento ahora no quería hacerse responsable. También a la solterona que pretendía librarse del suyo porque le habían colocado un centro de politoxicómanos a la puerta de su casa. A su vecina, que nos arrastró a la casa heredada de sus suegros recién éstos acababan de morir (y viendo el estado tétrico de la casa seguramente habían muerto dentro).
Una tarde, después de comer, nos encontrábamos paseando por la zona de Delicias, cuando vimos el anuncio de uno en un portal y decidimos llamar. De entrada ya íbamos con la idea de que no se ajustaba a lo que buscábamos, pero últimamente la visita a pisos ajenos se había convertido para nosotros en una nueva afición, y era una forma como otra cualquiera de pasar el rato. Nos recibió en la puerta un chico de unos treinta y tantos, con las gafas sucias y algo calvo. Vestía formal, con naúticos, pantalón de pinza y polo Ralph Lauren. Invitándonos a pasar al interior comenzó a mostrarnos las dependencias de la casa. El piso no nos gustaba nada, estaba lleno de espejos mugrientos que parecían sacados de una pesadilla narcisista, los techos desconchados, y para colmo era interior. Por no hacerle el feo continuamos a su lado a través de la visita guiada, entre horteradas y más espejos varios. En el salón, una rubia de pelo quemado fumaba un pitillo. Tenía los labios manchados de carmín, y en los ojos, más que haberse dado sombra, se había untado a dos manos el betún de los zapatos. Nos miró de arriba a abajo. ¿Y quiénes son estos dos? le dijo al hombre, ignorándonos. Han venido a ver el piso... contestó el otro, un poco atemorizado. Después, nos miró con cara de perro degollado y nos dijo en un susurro, mientras se le llenaban los ojos de lágrimas: es que nos estamos divorciando...
Sergio y yo nos miramos. Un piso maldito, lo que nos faltaba. Así que muy educadamente, y lo más rápido que pudimos, les dedicamos una de nuestras mejores sonrisas y huímos, parqué a través.

martes, 24 de junio de 2008

Diluidos

Olga llegaba siempre tarde a clase, como diez o doce minutos después de que se hubiese cerrado la puerta. Acostumbraba a sentarse en última fila, con un café entre las manos y las piernas cruzadas sobre el asiento. Limitaba la mayor parte de la clase a escuchar atenta las explicaciones de la profesora, entre sorbo y sorbo del café, y después, cuando éstas habían terminado, Olga levantaba la mano y aguantándose la risa le decía: no estoy para nada de acuerdo con lo que usted ha dicho. Uno a uno iba desmontando todos los argumentos que la pobre profesora había detallado con tanto esmero. Lo peor de todo (para la profesora sobretodo) es que Olga siempre tenía razón. Y disfrutaba viendo la cara de desconcierto de la pobre mujer.
Bajo la tela de las largas mangas de sus descoloridas camisetas, sobre la piel que asomaba cuando levantaba un poco el brazo, Olga escondía enigmas: marcados a filo de cuchillo, y ya cicatrizados, se dibujaban galimatías escritos en alfabeto cirílico (Olga era rusa por parte de madre). Cristina solía decir que probablemente se los había hecho en el psiquiátrico, después de intentar suicidarse. Yo simplemente creo que le aburría tanto estudiar en su casa que entre lección y lección, con el cuchillo con que antes había pelado una naranja, se grababa sus canciones preferidas de la Rusia comunista en el antebrazo, para no olvidarse de ellas.
La volví a ver después de terminar la carrera por la calle Preciados. Había pasado todo el año en Boston, y como resultado se había rapado la cabeza al cero y afeitado las cejas. En su lugar se había pintado algo como hojas de hiedra, con henna. Tenía toda la pinta de haber perdido la cabeza, pero en sus ojos resaltaba la belleza inherente a la locura. Me pareció maravillosa.
Hace una semana volvía por Noviciado cuando la ví de nuevo. En la puerta del bar que hay frente a la parada de metro le susurraba a alguien a través del teléfono. Me miró y sonrió, y yo me acerqué a ella. Mientras terminaba de hablar con su interlocutor la observé. La encontré extrañamente normal. Vulgar. Había vuelto a dejarse crecer el pelo, que lo llevaba recogido en una coleta, y las cejas le habían vuelto a crecer. Al colgar me saludó y charlamos durante unos minutos, sobre nada en especial. Se mostraba especialmente interesada por el proceso de Bolonia y estuvo como diez minutos hablando sin parar de ello. Un sopor. Y para colmo sus ojos ya no me decían nada. Me preguntó si me apetecía tomar algo. Le dije que llevaba algo de prisa y no podía. Mentira.
Así que me despedí de ella y marché calle abajo huyendo de la nueva Olga, deseando que al contrario que ella yo no me hubiese diluido y continuase siendo aún el mismo.

jueves, 12 de junio de 2008

Nada malo podía pasarme

La tenue luz que se filtra bajo la puerta ilumina levemente la habitación. Hace que a los pies las sombras se estiren y retuerzan, formando tenebrosas figuras. Me llevo la sábana hasta debajo de la nariz y aprieto los ojos. Si lo deseo con todas mis fuerzas, se habrán ido. El viento gira en espiral a través del hueco que da al patio, emitiendo un ligero silbido. El sonido se deforma al llegar a mis oídos; lo interpreto como un quejido de reproche. El parqué cruje al otro lado de la puerta. Alguien camina sobre él, de puntillas. El pomo comienza a girar, lentamente. Su chasquido, al abrirse, araña mis oídos. Sigo apretando los ojos, sin poder evitar el sentir la calidez de la luz artificial contra mi rostro. Alguien ha entrado. Los abro. Frente a mí ella me mira, intentando discernir si duermo o estoy despierto. Se acerca y me envuelve con su inmenso abrazo.
Cuando ella ya se había marchado, cuando ella aún no había llegado, retenía el aroma impregnado en su almohada y conciliaba así el sueño, porque si su olor estaba allí, si ella estaba a mi lado, nada malo podía nunca pasarme.

domingo, 8 de junio de 2008

Entrelazados

7 de julio de 2008. Dentro del acelerador de partículas del CERN de Ginebra, dos átomos chocan con apocalíptica violencia; dos latidos, los mismos que emitieron nuestros corazones al despertarnos aquella mañana. Surge un pequeño agujero negro que comienza engullendo a su alrededor; tus labios, contra los míos, amenazan con cautivarme dentro de tí. La masa oscura sigue creciendo, alimentándose del frío laboratorio, devorando vidas, aspirando sueños. Implacable me agarras por detrás y tu aliento humedece mi cuello: me susurras cuanto me amas. Asimila plantas y ríos, se alimenta de peces, de osos, de coches, de casas. Un gato se aferra a un tronco de un árbol intentando escapar para, acto seguido, ser digeridos los dos. Eres tú quien me viste, quien desliza la camisa sobre mis hombros, quien acaricia mis piernas mientras me sube el pantalón. El agujero se nutre de mares, traga océanos, consume la tierra.
Frente a nosotros la nada. Nos apoyamos el uno en el otro mientras nuestros cuerpos se desintegran. Enlazamos nuestras manos en unión, mirándonos a los ojos, juntos por siempre. Eternos.

viernes, 6 de junio de 2008

Lo siento

Desde que Sergio se compró el coche y alquiló la plaza de garaje, a dos bloques de su casa, finalmente se instaló en su piso. Normalmente los jueves por la noche duerme en casa de sus padres; les echa de menos y además le gusta sentir que su gata no le ha olvidado; le alegra que por la noche le despierte para pedirle agua. La mayoría de veces va hasta allí desde su trabajo, y otras, las más raras, conduce desde su casa en un trayecto que no le lleva más de cuarenta minutos.
Coge su coche en el garaje y se encamina dirección a la A-42. Todo transcurre con normalidad. Concentra su mirada en la carretera, alternando con el retrovisor y el pálido paisaje que le conduce camino a Castilla la Mancha. Por la radio Foghat se desgañita con Slow Ride. Vira el volante en la incorporación que le queda a la derecha, una curva cerrada, y entonces el coche maniobra de forma extraña. Comienza a dar vueltas de campana. Slooooow ride... take it easyyyyy. El coche queda en medio de la carretera, volcado sobre el capó. Alguien, a su lado (probablemente la causa del accidente), le susurra al oído: lo siento...
Sergio se despierta con la boca seca y empapado en sudor. Se palpa la cara. Todavía la tiene en su sitio. En ese momento suena el radio-despertador, son las seis y media. Y por la radio Foghat se desgañita con Slow Ride.

lunes, 2 de junio de 2008

No es un adios, Nathalie

Mis ojos se fijan en la punta de sus tacones. Bajo ella el suelo se desliza mientras permanece inmóvil. Esconde su rostro de perfil, tras el largo flequillo que le cae a los lados de la cara. Sus ojos se clavan en mí, y con la intensidad del azul que conforma su mirada me escanea por dentro: nos hemos encontrado.

Admiro las lágrimas que se le derraman por el rostro. Tras ellas se esconde la fuerza de una persona valiente que llora de impotencia. Ce qui ne te détruit pas te rend plus fort; en un intento por consolarla hago con ella lo que a mí tantas veces me ha servido y choco mi hombro contra el suyo. Le arranco una sonrisa; se ilumina su mirada.

Sobre la pista de baile se acerca a mí y me aprieta contra ella: no te vayas, Iván. ¿No entiendes acaso que no importa a donde me vaya? Lo importante, lo que debes aprender de todo este tiempo que hemos pasado juntos, es que por una casualidad tú y yo nos hemos encontrado. No debes estar triste porque me voy, porque me quedo dentro de ti. Porque yo ya formo parte de ti de la misma forma que tú ya formas parte de mí, y mientras eso siga así yo nunca me habré ido.

domingo, 1 de junio de 2008

Sola

Sentada sola, mientras se termina el cigarrillo, la chica abre el libro por una página al azar y comienza a leer. Lo primero que llama nuestra atención fue su moño y la caída de sus pestañas. Con los labios cuarteados por el exceso de carmín rodea el pitillo e inhala. La vida le va en ello. Lo deja sobre el cenicero y juguetea con su collar. Después coge el tenedor y pincha sobre la carne que tiene en el plato. Nos inventamos un pasado para ella.
Es actriz, ha terminado la función de hoy y ha decidido salir a cenar, sola. Es azafata, su avión terminó el servicio esta noche en Madrid, y se aloja en un hotel del centro. Le ha dejado el novio, y por no quedarse en casa se ha puesto guapa y se ha ido a cenar. Es una enferma mental, todas las noches a la misma hora se sienta en la misma mesa del restaurante y finge que cena leyendo, para hacerse la interesante.
Al rato cierra el libro y pide la cuenta. Bebe café de una taza mientras espera el cambio. Apaga el cigarrillo, que se encendió cuando se le terminó el otro. Se pone el abrigo y, arrastrando una maleta roja, se marcha de allí.
La gente, tras ella, gira la cabeza para mirarla cuando sale por la puerta.

sábado, 31 de mayo de 2008

El último mes

En todo este mes he actualizado sólo una vez. Dos si contamos esta entrada como una actualización propiamente dicha, y no como una nota explicativa de mis por qués; ¿por qué, entonces? Pues porque la inspiración, como muchas otras cosas que forman parte del universo, se transforma. Y estos últimos días a mi se me transformó de palabras en forma pictórica. Me he pasado los días dibujando (creando unas cosas mejores que otras...) y sin ganas de escribir, sin nada que decir. Soy de los que piensa que las cosas no hay que forzarlas, sino dejarlas fluir, y las palabras, estos días, no fluían de mi.
A partir del próximo mes que comienza mañana supongo que escribiré, de nuevo, con mayor asiduidad. Recupero algo que hacía tiempo echaba de menos: tiempo libre. El lunes termina mi contrato en la empresa donde he estado trabajando estos seis últimos meses y he decidido no renovar. De vez en cuando a mi me gusta ser consecuente, y tras todo lo que he dicho del sitio y de la gente que trabaja allí prefiero irme con un ¡bang!, cuando las cosas todavía me van bien por allí, y cerrar este ciclo para empezar otro.
Necesito un cambio de aires.

martes, 13 de mayo de 2008

Orina

Liberado de todo estrés, tras haber pasado las pruebas de acceso a la universidad satisfactoriamente, esperaba a Verónica y Carolina apoyado en una barandilla, de cara a un parquecillo. Un hombre mayor, de unos setenta u ochenta años, frente a mí, sentado en un banco, leía el periódico. La zona era uno de los puntos comerciales más vivos de la ciudad, por la que mujeres enfrascadas en sus compras, oficinistas, y niños volvían del trabajo y del colegio, transitando ajetreadamente de un lado a otro.
Un olor a orín húmedo se coló por mis fosas nasales. Frente a mí, el banco de madera sobre el que estaba sentado el hombre goteaba empapado. Se había hecho pis encima.
Instintivamente se levantó, derramando la orina a lo largo de la pernera de su pantalón, hasta los zapatos. Intentaba cubrirse con el periódico, para disimular así su vergüenza. La gente se arremolinaba a su lado, mirando y cuchicheando. Se apoyaba en la pared de una tienda contigua, arrastrándose por su pared en la huída y marcándola con la humedad de su pantalón.
Deseé poder haberle ayudado. Antes de que llegasen mis amigas el hombre me miró fijamente a los ojos. Los bajó a sus pantalones mojados y de nuevo volvió a mirarme. De entre sus labios escapó una leve voz: lo siento, susurró.

lunes, 28 de abril de 2008

Trilogía

Camino desde el metro en dirección a casa de Sergio. Frente a mí una niña de unos nueve años pelea contra otros tres chicos de su misma edad. Les sigo a lo largo de la calle hasta que llegamos al bar de la esquina, de donde asoma un niño de unos cinco años, y susurrando le dice a la niña: mi hermano está por tí. La niña se lleva la mano al pecho, en sentido al corazón, entreabre los labios y suspira.

Vuelvo a casa de mi abuela en el metro, desde Arganda. En los asientos que quedan a mi lado se sientan dos chicos y una chica, todos de unos dieciséis años. La chica, entre risas, les cuenta como su novio ha terminado con ella. Me dijo que me quería demasiado. Giro la cabeza y pierdo la vista en el reflejo de los tres contra el cristal, que se solapa con el paisaje desdibujado por la velocidad del tren.

En un banco de Recoletos espero a que llegue Sergio, sentado. Le recibo con una sonrisa. Se sienta a mi lado, y choca su hombro contra el mío. Tengo algo para tí, me dice, y sobre mis manos posa una carta, escrita de su puño y letra. Y la carta dice así:

jueves, 24 de abril de 2008

Maricones

La primera vez que nos llamaron maricones fue en los bancos que quedaban tras las casetas de la feria del libro antiguo, en Recoletos. Por aquellos días nos pasábamos allí las horas muertas, hablando, leyendo, escuchando música, besándonos. Aquel lugar se convirtió en nuestro refugio, y cada tarde de sábado, o cada mañana que decidíamos faltar a clase en la facultad, nos dirigíamos allí, para poder estar tranquilos. Fue la irrupción de La palabra la que rasgo nuestro equilibrio, y la que hizo que la magia que aquel lugar común tenía para nosotros se desvaneciese. Hay quien dice que es fácil hoy en día, para una pareja homosexual, pasearse de la mano o darse un beso en público. Los que lo dicen, supongo, que se han besado o han cogido de la mano a poca gente de su mismo sexo. La palabra siempre está ahí, mordiendo como un perro rabioso. Se puede ver sus fauces abiertas en la mueca de asco del que sale. Su mirada de odio en la del que mira con desprecio.
Y es que La palabra tiene la propiedad intrínseca de convertirse en una violenta hostia estampada contra la cara.

sábado, 19 de abril de 2008

Atardecer desde la Concha

Merche y Armando disfrutaban de unas románticas vacaciones en San Sebastián. Habían alquilado un coche a su llegada al aeropuerto, y desde entonces se dedicaban a recorrerse el Paseo de la Concha de cabo a rabo cada tarde. Se quedaban dentro del coche hasta que cada atardecer el cielo se teñía de rosa y el océano adquiría una tonalidad verdeazulada, para después volver a su hotel, que se encontraba en la Calle del Alto de Zorroaga, a hacer el amor apasionadamente. Concentrados se encontraban en esta tarea de ver oscurecerse el cielo desde el interior del verlingo mientras se ponían a tono, cuando ésta se vió interrumpida por la visión de una mujer que, frente a ellos, paseaba con un chihuahueño metido en un carricoche de bebé. Merche fue la primera en darse cuenta, quien sorprendida por tan excéntrica visión golpeó a Armando en el hombro para que no se perdiese a la singular pareja. Tras la mujer del carricoche circulaba una peruana enjoyada, que con la espalda bien erguida y una sonrisa de oreja a oreja, guiaba a su caniche a través del paso de cebra. El caniche, al ver pasar al otro perro metido en el carricoche, no pudo evitar quedarse pasmado mirando, y fue justo en ese momento cuando el semáforo se puso de nuevo rojo y fue atropellado. La peruana, al escuchar el golpe que el pobre animal dió contra el parachoques del coche (y que no era el de Armando y Merche, sino el de una rubia oxigenada que se echaba las manos a la cara horrorizada), corrió hacia el perro, que yacía sobre el suelo. Lo sostuvo entre sus brazos, examinándole hoscamente, y después lo dejó caer con un golpe seco. ¡¡¡Me lo matóooooooooooo!!! y salió corriendo en dirección a la otra mujer, a quien agarró por los hombros y comenzó a sacudir en todas direcciones. ¡Me lo mató, desalmada, me lo mató!. El chihuaha perdió los nervios y comenzó a ladrar a la peruana desde el interior del carrito de bebé, y la rubia teñida que había atropellado al caniche se tiraba del pelo mientras lloraba y gritaba histérica.
Merche y Armando observaban todo esto petrificados y con la boca abierta. ¡¡¡Por favor, sácame de aquí!!! Armando puso el coche en marcha y arrancó. Desde el retrovisor podía ver aún a la peruana agarrada de los pelos de la mujer del carricoche y a la rubia oxigenada tirada en medio del suelo bañando en lágrimas el cuerpo sin vida del caniche.

jueves, 17 de abril de 2008

Charito

Engalanada con sus mejores atavíos, Charito entró por la puerta del hospital a las 8:45, como cada mañana.
Una sombra grisácea de polvo de maquillaje le cubría las cejas hasta casi llegar a la frente. Su mirada estaba enmarcada por una raya asimétrica que dibujaba su contorno, y el lápiz de labios se le desconchaba, manchándole los dientes, que habían adquirido una tonalidad entremezclada de amarillo nicotina y rojo delirio. Las pieles del abrigo de bisón le caían sucias sobre las caderas, de donde asomaba una falda de seda deslucida por el tiempo. Sumando a todo esto los innumerables abalorios que le colgaban de cada una de las extremidades, le daban a la señora un aspecto ciertamente peculiar, con el que, sin reparos, se paseaba de un lado a otro por todo el hospital. Abría las puertas de par en par, con las dos manos, y a ritmo de tacón marchaba rítmicamente por la entrada principal del Gómez Ulla meneando las caderas, a la vez que se encendía un pitillo y mordisqueaba violentamente el filtro del mismo.
La gente con la que se topaba a su paso no daba crédito a Charito: a su extraña pose apoyada en la pared, golpeándola con los tacones, a la mueca de demencia desencajada de su cara, a su mirada perdida.

Cuando sumida en la tristeza y añoranza por un marido militar muerto años atrás empezó a vagar como alma en pena por los pasillos del hospital, Charito intentó cubrir su vacío cubriendo su cuerpo con todo lo de valor que tenía, y poco a poco fue perdiéndose por las entrañas del sanatorio hasta que lo que finalmente se le perdió fue la cabeza.

miércoles, 16 de abril de 2008

La soledad del difunto

Para cuando llegó el chico, en medio de la madrugada, la mitad de su cuerpo estaba destrozado. Según me contó Sergio, había tenido un brutal accidente de moto, y los cirujanos, aún sabiendo que poco podía hacerse por él, decidieron intervenirle, por hacer todo lo que se pudiese por su vida. Después de la operación le trasladaron a una de las habitaciones de la U.C.I. Sus familiares no esperaba en la puerta, porque el chico era extranjero y no tenía nadie aquí.
Al día siguente, a la misma hora en que entró en mitad de la noche, el chico finalmente murió.
Mientras el médico que estaba de guardia preparaba todos los papeles, decidieron postponer momentáneamente su traslado al mortuorio hasta unas horas después, y se retiró a la sala de las enfermeras, dejándo al rostro inerte del chico cubierto por una de las sábanas de la habitación.
Se encontraba redactando su parte de defunción cuando, de pronto, comenzó a sonar un pitido, y alzando la vista pudo ver que alguien había llamado a través de un pulsador. Alguien desde la misma habitación donde se encontraba el chico que acababa de morir. Decidió no hacer caso y pensar que la alarma estaba estropeada, y ciertamente, tras un rato paró. Siguió redactando. Y de pronto, nuevamente, desde la habitación del chico muerto el pulsador volvió a sonar. Me contó Sergio que se pasó así buena parte de la noche, parando y sonando, y nadie se atrevió a volver a entrar a la habitación, hasta que se hizo de día y el hospital, de nuevo, se había llenado de voces que tapaban la solitaria angustia del pobre muchacho muerto.

jueves, 10 de abril de 2008

Accidente en mitad de la noche

Me contó mi hermana que le despertó un golpe seco en mitad de la noche.
Aquellos días mi abuela andaba un poco enferma, y esa noche en particular se había quedado con ella para hacerle compañía. Insistió en dormir en su cama, las dos juntas, por si necesitaba de su ayuda para algo durante la madrugada, pero mi abuela le dijo que prefería dormir sola.
Con el corazón saliéndosele por la boca se calzó las zapatillas y, a tientas, comenzó a andar por la oscuridad de la habitación dirigida hacia el baño, de donde creyó que había procedido el ruido. Por entre la puerta escapaba una tenue luz, y entornándola lentamente se encontró con el cuerpo de mi abuela inmóvil sobre el suelo. Bajo su cara, estrellada contra el piso, se había formado un charco de sangre.
Mi hermana corrió hacia el teléfono, y marcando casi sin ver los números respondió una voz adormilada: ¡¡mamá, mamá!! La voz permaneció un momento en silencio, intentando identificar al interlocutor. Después tembló contra el auricular: ¡¿qué pasa, hija?!. No era la voz de mi madre. Uy... creo que me he equivocado. Y mi hermana colgó.

Me imagino la cara de horror con que se quedó aquella mujer, atónita y con el teléfono bramándole entre las manos... beep, beep, beep, beep...

martes, 8 de abril de 2008

CD regalado

El sonido eléctrico que penetra sus oídos a través de los auriculares se interrumpe violentamente ante la visión dorada del cabello que se posa, frente a él, sobre el respaldo del asiento contiguo del autobús. Separados por el pasillo, contra la ventana, puede ver a una chica. Su mano se desliza suavemente por su falda, acariciando sensualmente el borde. Repiquetea los dedos contra su carpeta, al compás de la música que, a tenor de los cascos que cubren sus orejas, acompasa con sus leves movimientos. No puede acertar a verle el rostro, pues lo tiene girado mirando al exterior, pero para él la contundencia de sus formas es suficiente. El chico hurga en la bolsa que lleva en el asiento de al lado, saca un cuaderno y escribe.
El autobús se detiene.
Al otro lado del cristal Cristina observa a una pareja de novios paseando de la mano entre risas. Sobre sus piernas cae un CD envuelto en una hoja de papel. Se miran a los ojos. Escúchalo y dime qué te parece. Es mi CD favorito. Las puertas se abren y el chico baja. Volviendo la mirada hacia el CD envuelto sobre su carpeta, Cristina lo toma entre sus manos y lentamente lo desenvuelve. En la cara interna de la hoja un número de teléfono junto a un nombre. Abre la tapa de su reproductor e introduce el CD regalado.
Cristina cierra los ojos y se pierde en la marea de sonidos eléctricos que entran a través de sus oídos.

sábado, 5 de abril de 2008

Labios pintados

La vi apoyada contra una farola, mirando hacia el infinito, mientras entre sus labios consumía un cigarrillo. El último, a merced de la caja aplastada que asomaba bajo la punta de sus zapatos. Posaba levemente la boca contra el filtro, sorbiendo como si le fuese en ello la vida, y sus ojos se entornaban un poco, entrecerrándose para no dejar al humo arañarle la mirada.
Su busto se bamboleaba rítmicamente. De vez en cuando sonreía y mordisqueaba la pintura de sus labios para, nuevamente, llevarse el pitillo a los labios.
Al pasar por su lado me siguió con la mirada. Girándome en el cruce volví la vista y pude verla por última vez. Ella ya me había olvidado, y conversaba alegremente con otro. Gajes del oficio, supongo. Continué mi camino por Montera para llegar a Sol, los dos tras de mí. Él le había arrebatado el cigarro, que aspiraba con violencia, mientras ella, sonriente, continuaba mordiendo el carmín de sus labios.

viernes, 4 de abril de 2008

Procesión hacia el vacío

Sobre su mejilla la lagrima se desliza suavemente. Surca su piel hasta el borde de la cara, y allí se agarra con fuerza al filo, evitando despeñarse. Un leve movimiento de su cabeza hace que la lágrima se precipite al vacío.
La chica se enjuaga los ojos, con un pañuelo, mientras él intenta explicarse, rozando su rostro con la yema de los dedos. Ella torea sus caricias. Sus reproches se golpean contra la cara de él. Uno diría que dejan marca, por lo desfigurado de su rostro al atizar las palabras de ella contra su cara. Más lágrimas le brotan de los ojos. Más lágrimas repiten el recorrido de la anterior, la silenciosa procesión hacia el vacío.

jueves, 3 de abril de 2008

Voyeurs de oficina

Sobre mí, y desde el otro lado, dos sombras se proyectan hacia el monitor de mi ordenador. Giro levemente la cabeza, y por el rabillo las puedo observar mirándome descaradamente. Su mirada sobre mi persona se me antoja obscena, como si intentasen desnudarme y ver, realmente, lo que tengo dentro. Deben consolarse con espiar, únicamente, el monitor de mi ordenador. Se dan codazos entre ellas, murmullan y ponen gestos de reprobación: llevan HORAS mirando fíjamente a lo que hago, asomándose tras la mampara que las separa de mi mundo, contorsionando su cuerpo hasta posturas imposibles que, de algún modo, las permitan continuar con las intenciones voyeurísticas que dan sentido, cada día, a su jornada laboral.
Y es que tengo unas compañeras en el trabajo, detrás de mí, que se aburren demasiado en su puesto y que, por lo que parece, la única adrenalina que consiguen despertar durante el día, o el alimento de sus sueños húmedos y peores perversiones, les surge cuando, con todo descaro, me miran: a mí y a todo lo que hago.

lunes, 31 de marzo de 2008

Galleria Umberto I, Napoli

El niño, descalzo y vestido con harapos, miraba a su alrededor, sorbiéndose los mocos. Una niña, poco mayor que él, le aleccionaba sobre el arte del pordioseo, indicándole las mejores artimañas para dar pena y sacar así los colores (y unas cuantas monedas) a los transeúntes que se congregaban bajo el techo de la Galleria Umberto I, resguardándose del sol abrasador del mes de Agosto napolitano.
Esa fue la primera vez que vi a dos niños ejerciendo la mendicidad. Separados, paraban a cualquiera que se cruzaba por su camino, rogando limosna. La niña arrugaba la cara, encogía los ojos y simulaba el llanto. Por su parte el niño únicamente se sorbía los mocos, que ya se le deslizaban por las comisuras de los labios, y fijaba su negra mirada en los ojos de su objetivo. Curiosamente su observación sincera de las entrañas del otro surtía más efecto que la pantomima de la niña.
Cuando habían conseguido reunir unas cuantas monedas, alegres se acercaban a un hombre que les observaba desde la distancia, leyendo un periódico, y a él le entregaban el botín. Y una vez les daba unas palmaditas en los hombros y les dedicaba una sonrisa chapada en oro, los dos niños de nuevo correteaban bajo el techo de la galería, la niña arrugando la cara y el niño fijando su oscura mirada.

jueves, 27 de marzo de 2008

Esclavos en un circo de Italia

Un circo en Italia tenía esclavizados a un matrimonio búlgaro y a sus dos hijas, a las que obligaba a bañarse con pirañas. -- 20minutos.es

Sobre el frío alambre metálico Anna y Sofía se dibujaban en la distancia como patéticos apéndices de un árbol deshojado. Sus cuerpos cansados se doblaban peligrosamente amenazando caída.
Bajo sus pies el estanque de agua rebosaba pirañas, y a su alrededor los espectadores aguardaban con morbosa vigilancia el desplome de las niñas. Sus padres contemplaban el espectáculo con horror.
Sofía se aferraba con fuerzas a los brazos de su hermana, hincándole con fuerzas las uñas a la carne. Anna intentaba avanzar arrastrando consigo lo que quedaba de la otra. Los pies de Sofía se deslizaban torpemente sobre el hilo de metal, rasgando su piel y goteando aperitivo para los peces, que con el sabor de la sangre se revolvían, devolviendo hacia las niñas su burbujeante violencia.
Cuando hubieron llegado al borde y bajado las escaleras que las conducía de nuevo a suelo firme, ambas niñas, arropadas por sus padres, comenzaron a caminar arrastrando los pies desnudos. Tras de ellas un reguero de pirañas desfilaba en fila india, en macabra procesión, sorbiendo los restos de sangre que, con cada paso de las hermanas, impregnaba el camino.

lunes, 24 de marzo de 2008

Hipocondría en la era de la información

Te sale una llaga en la boca, y por curiosidad (y porque no tienes nada mejor que hacer), aunque sabes que no debe ser gran cosa, googleas "llaga en paladar" y te devuelve 55.600 entradas. Pinchas la primera: el primer síntoma con que la sífilis se manifiesta en la boca es por medio de una llaga (glups) indolora". Te pasas la lengua por el cielo de la boca y caes en cuenta de que sientes ligeros pinchazos y escozor. ¡Que te jodan, Treponema pallidum!. La siguiente página habla sobre aftas: pequeñas ampollas en la boca de diez días de duración de media, que producen gran dolor. Pero las aftas son gregarias, y lo que tú tienes es una única llaga solitaria... así que tampoco ese puede ser su nombre. Herpes. Pero a esta patología sí que la conoces bien y en nada se parece a lo que tienes. No sientes escozor, ni ardor, y mucho menos calentura. Cáncer de boca. Candidiasis oral. Gonorrea faríngea.

Al otro lado del teléfono me responde Sergio. Cierra ahora mismo internet y deja de googlear cualquier cosa que te sale. No es sano, y eso que tienes en la boca no es más que una llaga.
Frente a mí la pantalla del ordenador parpadea incesante, y sin apenas ofrecer resistencia me ahogo en ella y vuelvo a teclear.

martes, 18 de marzo de 2008

Formas

Tenerle delante, a sabiendas del poco tiempo que ya nos quedaba para disfrutar juntos, acrecentaba el sentimiento de nostalgia. Creo que él también se daba cuenta, porque me estrechaba contra su cuerpo. Yo, sobre su pecho, me concentraba en escuchar latir su corazón. En su aroma y su calor. En la forma de sus dedos y uñas, que me apresaban las manos. Recorrí hacia arriba sus formas. Hasta toparme con sus ojos, siempre escudriñando su alrededor. El baile de sus ojos posándose en todo lo que le rodea, su mirada castaña, que primero observa y después siempre se cae sobre la mía. La forma de sus labios, que se pliega a los bordes. El mechón blanco que le asoma en la coronilla.

Cuando se bajó del coche me giré hacia atrás, y le vi parado en la calle, mirándome. Me fue imposible que no se me formase un nudo en el estómago, y lentamente una lágrima se me escurrió por la mejilla, hasta la boca. Su beso mudo.

miércoles, 12 de marzo de 2008

El abrazo mudo

El viento gélido de enero endurecía las lágrimas que corrían sobre su rostro. A su alrededor la confusión producida por el cambio de entorno nublaba su vista y sus restantes sentidos. Las voces de los otros se le antojaban enigmáticos zumbidos, y se sentía desesperada ante la incapacidad de poder descifrarlos. Se aferraba con fuerzas, abrazada, a la espalda de su hermana. Apretando los ojos, intentando así que todo lo extraño, todos los extraños, desaparecieran.
Éste es el primer recuerdo que guardo de ella.
Ayer, mientras ensimismado me dirigía hacia el metro camino a casa de Sergio me topé con ella. Esta vez a quien apretó con todas sus fuerzas fue a mí, contándome con su abrazo mudo cuanto me había echado de menos. Y yo a tí.
Es curioso como puedes reencontrarte con alguien, después de tanto tiempo, y sin embargo sentir una victoria al correr del tiempo, como si este, con respecto a esa determinada persona, en un momento fijo hubiese quedado paralizado.

lunes, 10 de marzo de 2008

Lo que me contó mi abuela

Que cuando mi abuelo le gritaba y levantaba la mano, ella siempre se escondía en el cementerio, y allí, entre lápidas, recuerdos borrados y llantos ajenos, encontraba la tranquilidad que necesitaba para mantener la calma.
También que se marchó de su pueblo tras la guerra (sus recuerdos más vividos de entonces son las noches en el jardín, mirando hacia el cielo cuando las sirenas sonaban anunciando bombardeo; la rendición y ocupación de su casa por el ejército nacional, por ser sobrina de un concejal socialista, y los intentos de violación a las otras chicas de la casa por parte de los soldados moros), buscando en Madrid la prosperidad que la posguerra le había negado allí donde nació. Y que lo que encontró fue una habitación compartida con sus tíos en Vallecas y un trabajo como costurera para una congregación de monjas que, horrorizadas por no estar bautizada, la obligaron no sólo a esto sino también a recibir la primera comunión. Todo de una vez.
Que a mi abuelo le conoció en la boda de unos amigos, y aunque al principio no le gustaba terminó por salir (y casarse) con él. Él siempre se caracterizó por su cobardía: la que demostró al salir huyendo de la Casa de Campo al escuchar las metrallas de los nacionales acercándose, al casarse aún no queriendo a mi abuela (pese que finalmente ella sí se había enamorado de él), y al morir por la cobardía de no ir al médico para que le diagnosticase el dolor que le oprimía el pecho.
Mi abuela tomó el gesto absurdo de caer en depresión al morir él (y entrar en detalles sobre su complicada relación me llevaría una nueva entrada completa) .
Me contó que el día que se casó mi madre, con veintiún años, ella se encerró en uno de los lavatorios y vomitó hasta que se le nubló la vista. Y que cuando mi madre le dijo que se casaba con un hombre catorce años mayor que ella la cogió de los pelos y la dijo que la iba a matar. Y que de eso era de lo único que se acordaba cuando el amargo de sus jugos intestinales provocaban el llanto de sus ojos secos.
Que pasaba las noches en vela, con mi hermana y conmigo en brazos esperando a que volviese ella de madrugada del trabajo, y que cuando mi madre aparecía yo daba palmas y estiraba los brazos para que mi madre me besase. Que a la primera persona que llamé mamá no fue a mi madre, sino a ella, y halagada, a la par que avergonzada, se propuso el corregirnos a mi hermana y a mí para que mi madre no pensase que intentaba ocupar su lugar.
Que desde que estoy a su lado se siente algo menos vacía y que los ratos que los dos pasamos juntos en su casa la hacen sentirse más activa. Que es así, no estando sola, como se siente más viva y como todos sus recuerdos, a través del recipiente en que yo me convertí, toman forma y permanecen en forma de entrada escrita.

sábado, 8 de marzo de 2008

Corina se despide de R y rompe con su madre

Desde hace unos días siempre que hablo con Corina me encuentro de buen humor, puesto que al fin se ha decidido a darle portazo al cara dura de R. R y Corina mantienen una relación clandestina desde hace tres años y algo. Han reído juntos, salido a cenar, ido de dompras, hecho el amor... pero nunca se han ido de vacaciones como las parejas normales, porque R tiene novia desde hace cuatro años. Corina es la otra.
Yo le digo siempre a Corina que R para ella es como la droga, y tiene que desengancharse. Lo que necesita Corina es un proyecto hombre de las relaciones, porque la pobre lo ha intentado todo (conocer a otros, volverse célibe, escarcear con el rollo-bollo...) pero le vuelve a ver y... ¡zas! recaída otra vez.
A mí todo esto me da mucha rabia porque Corina es una de mis personas preferidas y se merece a alguien que la quiera, para quien sea la primera en todo y no un reemplazo o un receptáculo de sus avances sexorgásmicos. Así que cuando pienso en R me meto en mi papel, provoco mi furia y empiezo a despotricar.
La última semana que ví a Corina hacía ya dos meses que no se veía con R, y poco a poco iba recuperando la normalidad de su vida. Después de navidades, Corina fue a casa de la madre de R porque ésta tenía un regalo para ella. ¿Qué tal vas de amores? le preguntó la madre de R. Bueno... he tenido una relación con un chico... pero he decidido terminar con ella porque yo no quiero ser el segundo plato de nadie, ¿sabes? Le respondió Corina. Al ir a salir por la puerta, una vez ya se hubo despedido de ella, la madre la cogió por el hombro y le dijo: Espero que después de todo nos sigamos viendo. Corina no pudo resistir el brillo acuoso de sus ojos. Por supuesto que sí. Porque en algunos casos es más fácil darle carpetazo al amante que romper con una suegra.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Contacto ajeno

El pasado viernes, de camino a casa de Nathalie, entre las estaciones de Atocha Renfe y Tirso de Molina, el vagón de la línea dos en el que viajaba se llenó de gente. Lidiando con matojos de pelo, codos, y alientos hediondos conseguí colocarme en un rincón, entre los barrotes de metal amarillos y la puerta; frente a mí se colocó una pareja de mediana edad formada por un hombre y una mujer.
Algo rozó mis dedos. La mujer, creyendo que era la mano de su marido, agarró la mía. Y yo se la sostuve, en un anónimo momento de complicidad. Una total extraña necesitaba del tacto de alguien (en realidad no de alguien cualquiera, de su pareja-marido-novio), pero en ese momento a mí no me importo actuar de reemplazo.
Un rato después, imagino que por el contacto de la piel ajena, la mujer se dió cuenta, me soltó y posó su mano sobre la cadera del hombre, me miró de reojo y después alejó la vista.
Yo sin embargo esbocé una sonrisa. El contacto de su piel me hizo sentirme por un momento afortunado.

jueves, 28 de febrero de 2008

¿Somos diferentes? (papel de arroz)

Hace unos años...

No decir palabras y guardárselas muy dentro, cuando se siente que ya es poco lo que merece la pena. Miras por la ventana reposando tus ojos sobre los tejados, mientras la lluvia golpea con fuerza sobre tu rostro. Al otro lado, él espera mojado bajo una parada de autobús. La gente le empuja mientras pasa por su lado, casi sin percatarse de su presencia.

Las lágrimas no siempre caen hacia afuera.

Has memorizado cada uno de sus trazos, y sobre papel de arroz los practicas en orden para nunca olvidarlos. Horizontal-vertical-curvado-y hacia el centro. Nunca imaginaste que cuatro movimientos pudiesen colmarte tanto. Tiene los ojos cerrados, y siente el cosquilleo de tus dedos trazando sus rasgos. Horizontal-vertical-curvado-y hacia el centro.

Nunca te ha contado que se duerme a tu lado aspirando el aroma de tu cabello.

Con la mano, evitas que la lluvia arruine lo que juntos habéis creado. Te vales de la suya, más grande y fuerte. El apoyo de tu mano alrededor de su muñeca impide que la suya desfallezca.

Vuestro imperio de papel de arroz se mantiene a salvo.

Ahora...

Sergio me dijo hace unos días que somos diferentes a los demás. Lo que nosotros tenemos, lo que hemos construído juntos, es distinto a lo que tienen otros. Único. Y yo sé que no se trata tanto por haberlo levantado en el microcosmos que es el mundo homosexual (este sí, este no, este me gusta me lo como yo), sino por haberlo creado en el mundo en que nos ha tocado vivir, en el de las relaciones fast-food, en el de los "aquí te pillo aquí te mato", en el de "yo me canso" y "yo lo valgo", en el de "ahora o nunca". Yo no creo que tener algo así nos haga especiales, yo no creo que tener esto nos haga ser diferentes... le dije yo.
Pero quizás en el fondo sí lo somos... Tal vez el tenernos el uno al otro nos ha cambiado irremediablemente (sí, lo ha hecho). A lo mejor es verdad que no es nada fácil llegar a un nivel de compromiso y comprensión como el que nosotros tenemos.
Por eso hay veces en que me odio tanto. Porque aunque erguido es frágil, y un simple chasquido de dedos (de mis dedos, siempre que meto la pata) podría hacer que todo esto se desmoronase. Que nuestro imperio de papel de arroz se fuese al traste.

lunes, 25 de febrero de 2008

Hansel&Gretel V.2008

Hansel y Gretel desembocan en una multitudinaria estación de autobuses provenientes de algún lugar de la Europa del este con poco más que sus ropas y un manojo de billetes en sus bolsillos. A Gretel una amiga le ha contado que es fácil encontrar trabajo para los dos en Europa occidental, y así, con una mano delante y la otra detrás, los dos hermanos se lanzaron a la aventura de encontrar un destino mejor. Marcando su camino con la mugre de sus zapatos se apresuran hacia la parte más oscura de la ciudad, apremiados por el hambre y la falta de higiene personal. Por10 € la noche una africana les alquila una cama por horas, y una vez han pasado unos días allí y la nigeriana se ha ganado su confianza, Gretel es encerrada en una de las habitaciones de la casa mientras Hansel es obligado a delinquir para sobrevivir y pagar el alquiler. Los días en que Hansel no está por estar "trabajando", la nigeriana obliga a Gretel a ejercer la prostitución. Y de este modo, entre cuerpos que se le enredan y sábanas que erosionan su dignidad, Gretel se va ahogando en la inmensidad de sus sueños, mientras Hansel, entre navajas y papelinas, olvida quien una vez fue.

martes, 19 de febrero de 2008

2ºB

Cuando tengo que enfrentarme a un cambio lo suelo hacer con una mezcla de pereza y timidez. Por eso muchas veces decido arrastrarme sin más, y es esta la forma en que me enfrenté a mis prácticas del C.A.P. el año pasado [1].

Lugar de autos: Instituto de Educación Secundaria de Torrelodones.
Curso escogido: 2º de E.S.O.

Al llegar allí me encuentro de pronto al otro lado: intercambiando cafés y risas con las/los profesores/as titulares y suplentes del departamento de lengua inglesa. Al otro lado porque hasta no hace mucho la única forma que tenía para poder entrar en un departamento de educación secundaria era, como mucho, para reclamar un exámen o para preguntar dudas. Buen rollo generalizado, e incluso las profesoras me echaban piropos. Uyyyy... yo que tú de los bachilleratos pasaba, porque allí las niñas están como perras salidas y en cuanto vean aparecer a un chico jovencito, moderno y guapete como tú... entraran en celo. Me decían unas. De 3º y 4º de la E.S.O. ni hablar, no están tan salidorras como las de bachiller, pero desde hace poco tiempo menstruan y también están a la que salta. Vamos, terror total. Así que como dije antes decidí decantarme por 2º de la E.S.O. pues con 12 años, según lo que yo recordaba, no podía más que esperarme un remanso de calma en el caos que de por sí ya es un instituto. Craso error. Eso que se dice generalmente, y que suena a tópico, de que las nuevas generaciones vienen pisando fuerte es cien por cien verídico; yo doy fé de ello.
¿A o B?
Decidí pasarme por las dos y así después decidir cuáles serían mis sujetos de estudio para redactar mi memoria... (parte también fundamental para aprobar el C.A.P.) Y me tope con la cruda realidad de 2ºB (la peor clase de su promoción según el claustro de profesores). Me recibió a la entrada una púber (¿con doce años ya son púberes?) con sonrisa metalizada. Llamémosla... Vane. Ya me habían puesto en preaviso sobre ella. Ya verás la Vane, la reconocerás por su tanga y su melena al viento. Yo me senté atrás del todo, y observé como la clase destruía sin piedad a la pobre profesora, que no hacía más que acumular negativo tras negativo contra cada uno de ellos en su PDA. Y Vane mientras se giraba, me miraba, sonreía, me preguntaba dudas... hasta que la chica que tenía a su lado, llamémosla Yoli, le metió un empujon y le dijo que era una ZORRA. Así, en letras grandes, porque la palabra retumbó por toda la clase, y comenzaron a pelearse. No sé cómo de pronto llovían bolas de papel por todo el aula, un niño le tiraba a otro un hula-hop, otro pintarrajeaba la pizarra, la profesora se desgañitaba en la pizarra, y la Yoli le gritaba a la Vane que era una zorra que lo único que le gustaba era comer pollas.

Ni que decir tiene que tras esa hora en que las puertas del Averno se abrieron ante mí decidí quedarme con la clase de 2ºA.


[1] El C.A.P., o Curso de Aptitud Pedagógica, es una suerte de cursillo que se da con el fin de obtener el título que te capacite para poder ser (¿?, más bien ejercer, y a veces ni tan siquiera eso) profesor en la Educación Secundaria Obligatoria y Bachilleratos.

lunes, 18 de febrero de 2008

Se me escapan las horas

Últimamente me encuentro arañándole horas al reloj. Hasta hace pocas semanas he estado intentando estirar mis días acostándome más allá de la medianoche. Los días siguiente os podéis imaginar en qué estado me encontraba... ni todo el café y té verde del mundo conseguía despertarme... y me pasaba las horas en la oficina en total estado de ensoñación, golpeando mi mirada contra la pantalla y dejando rebotar los dedos sobre el teclado. Por la noche, de nuevo, a la cama más tarde de las doce, y otra vez vuelta a empezar en un círculo vicioso que para lo único que sirve es para prolongar mi estado de sueño e irritabilidad.
De vez en cuando, una noche a la semana, se me agota la batería y caigo rendido sobre mi cama. Y me prometo una y otra vez que dejaré que fluyan las horas mientras yo dormito en la absoluta oscuridad de mi cuarto. A la noche, de nuevo, vuelvo a aferrarme al minutero del reloj, y con ojos como platos observo detenidamente el pasar de las horas y mi oportunidad de, a la mañana siguiente, despertarme lúcido y lozano.
Sin embargo, cuando despierto, y consciente de que estoy hipotecando mi tiempo, no puedo evitar más que pensar que a diario se me escapan las horas.

viernes, 15 de febrero de 2008

Compañeros de gafas

Hace un par de años, cuando estaba en el último de la carrera, me dió por querer tener gafas. Lo cierto es que de lejos siempre he visto mal (demasiadas horas de lectura y frente al ordenador, supongo, acuciado por la falta de sueño), y le dije a Sergio que creía que necesitaba gafas. ¡¡Bieeeeeeeen!! ¡Yo te acompaño a la óptica!, me decía. Pero claro, él no podía ser parcial en el tema, pues al llevar él gafas, lo que quería era que yo las tuviese también y que de ese modo fueramos, de alguna manera, no sólo amigos, hermanos y amantes, sino compañeros de gafas.
Decidí finalmente no ir con él, sino con mi hermana, otra experta en el querer y tener gafas. Dos años antes ella empezó con la misma pamplina que yo, y había conseguido que por lo menos se las pusieran para leer y ver de lejos. Así que nos fuímos a la calle Goya, y allí, entre bisones y pendientes de perlas, me hice un exámen optométrico. Aunque a veces las letritas que ponían frente a mí se me desdibujaban (a cualquiera se le desdibuja una letra de dos centímetros escrita a cuatro metros de distancia, que era la que había más o menos desde la lente por la que yo miraba y la pared donde colgaban las letras), en ocasiones finjía el no leerlas bien, o el confundirme en sus formas.
La óptica (una chica con gafas, por cierto), me dijo que ni siquiera tenía vista cansada, que no las necesitaba. Imagináos la decepción. Me sentía como si me hubiesen denegado la entrada en un selecto club. Me fuí con mi hermana de allí con el alma en los pies, y una vez en la calle ella se puso sus gafas para leer el plano de metro y yo a su lado, mirándola, no pude más que sentir anhelo.

miércoles, 13 de febrero de 2008

X1 y X2

Para cuando decidimos volver de Orense, X1 y X2 ya no nos dirigían la palabra. Volvímos en el coche de X1, los dos sentaditos en el asiento trasero y separados por una muralla de maletas colocada estratégicamente para interrumpir cualquier comunicación que entre nosotros pudiese establecerse. Según X1 las maletas iban colocadas ahí porque las nuestras no cabían en el maletero del coche, y si las colocaba en un lateral de los asientos el coche se le descompensaría (¿?) hacia un lado (¡ja!). Así que imaginad el viaje: X1 y X2 torturándonos con su CD de música de Disney durante todo el trayecto hacia Madrid, mientras Sergio y yo intentábamos darnos la mano por encima, debajo y detrás del muro de equipaje. Para cuando llegamos a mi parada, X1 y X2 se ofrecieron para acercar a Sergio a la suya. Se bajó del coche con la cara blanca y me pidió quedarse a comer en mi casa, mientras X1 y X2 se perdían en la distancia tarareando canciones de La Sirenita...
Aún nos dura el susto.

lunes, 11 de febrero de 2008

Kino International

A Sergio le engañó Uli diciéndole que el sitio en cuestión aparecía en GoodBye Lenin!. Bueno, en realidad eran 9/10 de mentira, porque sí que salía... durante tres segundos en los créditos de inicio. Al entrar en el local nos recibieron dos travestis enormes, con un chupito verde y otro rojo en cada mano. Una especie de Matrix distorsionada. Yo me tomé el rojo. Bajando por las escaleras que se abrían frente a nosotros penetramos en el infierno, sólo que en vez de repleto de demonios de rabo largo, cuernos y tridente, lo que nos recibió fue una marabunta de alemanes afeminados rompiéndose las caderas en la pista de baile... para el horror de Sergio. Y una música a un volumen tan atroz que me hacía retumbar hasta las cuencas de los ojos. Sergio se tapó los oídos (algo típico en él siempre que le he arrastrado hasta cualquier discoteca) y yo decidí socializar un poco. El novio de Mathias, el mejor amigo de Uli, que era méxicano, se acercó y me preguntó que qué me parecía Berlín. Me gusta mucho, es una ciudad muy bonita y elegante. Me miró con incredulidad: ¡DE ESO NADA! ¡¡¡Para bonita y elegante Madrid!!! Me quedé un poco pasmado. Bueno... vale... Sergio me agarró del brazo y me dijo que él se iba de allí, que no soportaba la música y que si yo quería que me quedase. Miré a mi alrededor, a la fauna. Al novio de Mathias. A la cama repleta de ácaros que daba entrada a la "discoteca". A Sergio. Me voy contigo. Y con un: ahora volvemos... nos marchamos de allí. Paseando de vuelta al hostal por Alexanderplatz hice lo que más me gusta siempre que juntos vamos paseando: chocar nuestros hombros y hacerle reír.

sábado, 9 de febrero de 2008

Coreanas evangelizadoras

Aprovechando el tirón del post del último día, y puesto que últimamente ando un poco parco en ideas, rememoraré aquí una de las experiencias más freaks de mi vida contándoos algo que me sucedió hace dos o tres años.
Acababa de salir de clase, a las 14:30, y en la estación de metro de Ciudad Universitaria me disponía a coger el metro para volver a casa cuando hacia mí se acercó una chica oriental. Yo siempre intento ayudar a todos los extranjeros que en el metro, perdidos, se acercan a mí (uno no sabe lo bien que sienta que te ayuden en tierras ajenas hasta que sales a otro país y te encuentras totalmente perdido...), y con esta chica hice lo propio. Con una sonrisa me miró fijamente y me dijo: ¿te puedo hacer una pregunta? y yo claro, le dije que por supuesto que sí. ¿Querría saber como llegar hasta avenida de América? ¿o bien por donde quedaba la facultad de matemáticas? ¿tú crees en Jesucristo? Me quedé pálido. Y lo primero que me salió por la boca fue un rotundo NO. Así, en mayúsculas y negrita. ¿Y por qué? me preguntó ella. Pues porque no, le respondí yo. ¿Tú has leído la biblia? volvió a preguntarme ella. Sí, sí la leí, estudié en un colegio de monjas... pero no me gusta, contesté. Pero... ¿por qué? si en la biblia están las respuestas a todo, me aseguró ella. No las que yo busco..., respondí yo. Bueno, verás, es que yo quería invitarte a leer la biblia conmigo y con unos amigos, en nuestra casa... Al girarme ví que otra chica oriental se acercaba hacia nosotros, y ya sí que comencé a asustarme. Una encerrona. Yo soy coreana, y he venido aquí a España a evangelizar... Las dos coreanas me miraban sonrientes frente a frente. Y fue entonces cuando sentí el impulso de terminar tan absurda conversación y escapar. Perdón, es que no me interesa lo que me estás contando, y es que además tengo que irme... Así que me giré y salí corriendo escaleras mecánicas abajo hacia el andén. Imagino que las dos se quedarían ahí arriba, buscando otros indefensos estudiantes ateos a los que invitar a su ágape evangelico.

martes, 5 de febrero de 2008

Semejanzas entre diferentes

Normalmente, cuando vuelvo del trabajo a casa, si no voy leyendo porque tengo demasiado sueño me entretengo en observar a la gente que tengo a mi alrededor mientras escucho música. Me encanta imaginarme historietas sobre ellos para abatir el sopor que el trayecto de vuelta me produce... y hoy ha sido uno de esos días. Frente a mí se ha sentado una chica sudamericana, de unos treinta años. Ha sacado una revista evangelista y se ha puesto a leer ávidamente. No contenta con eso, de su bolso ha sacado una edición de bolsillo de la biblia, y como loca ha comenzado a subrayar páginas y páginas, comparándolas con las de la revista (y supongo que con lo que en ella ponía). No termina todo ahí, pues después de esto, también de su bolso ha sacado una hojita de papel y se ha puesto a copiar versículos y a decorar la hoja con crucifijos y "dios te ama" por las esquinas. Y entonces, cuando horrorizado la observaba cual animal exótico enjaulado, ha sacado la cartera y se ha quedado mirando fíjamente una foto. La foto de un hombre. Ha estado mirándola apróximadamente diez minutos, mientras con la yema de los dedos acariciaba su rostro y se le dibujaba una sonrisa en la cara. Después ha guardado la notita con el versículo copiado tras la foto y se ha metido la cartera, la biblia y la revista en el bolso. Sin más se ha levantado y se ha ido, dejándome con la historia a medias y con la certeza de que, aún cuando yo pensaba que éramos radicalmente distintos, sí que entre nosotros había algo compartido.

sábado, 2 de febrero de 2008

Lluvia de monedas

El pasado miércoles Sergio me convenció de ir a comprar unos Cherry García al lado de su casa. Yo al principio no quería ir, últimamente se había comido todos los que me había comprado y yo había dejado a la mitad, y además no tenía muchas ganas de helado. Pero al final, entre unas cosas y otras terminó por hacerme el lío y bajamos a por ellos. Íbamos enfrascados en nuestra conversación cuando, al llegar a la puerta del supermercado, nos sorprendió una lluvia de monedas de euro. No, no caían del cielo. Al mirar a mi izquierda ví un hombrecillo, sin techo, de unos 50 años que me devolvía la mirada. Había puesto una cajita llena de monedas a la entrada del super para que la gente que salía (o entraba) le echase alguna monedilla. Y yo, que hasta entonces no reparé ni en él ni en ella, le había dado una patada a la caja desperdigando todas las monedas por la acera. Yo con mis tarrinas de helado de Ben&Jerry. Él con su cajita de céntimos y monedas de euro.

miércoles, 30 de enero de 2008

Falta de hipo

Últimamente he caído en cuenta de mi falta de hipo. Cuando era pequeño tenía hipo dos o tres veces por semana, ininterrumpidamente durante varios minutos y en algunos casos incluso horas. Ni tras un susto, ni tras taparme la nariz y saltar con la cabeza apuntando a los pies, ni siquiera bebiendo 4 litros de agua se me pasaba. Podía estar horas y horas rebotando hasta que me dormía y a la mañana siguiente había desaparecido.
Esporádicamente, y cada mucho tiempo, de vez en cuando tengo un hipo. Pero sólo uno, como recuerdo del que se fue para no volver.
La abuela de Nath dice que el hipo en los jóvenes es para crecer, y en los mayores anuncia la muerte. Y en sus sabias palabras debo entonces reconocer el hecho de que debo alegrarme por no tener hipo.

domingo, 27 de enero de 2008

Caperucita Roja v.2008

La caperucita roja de 2008 se calza las manoletinas Mustang, se sube las medias hasta la cadera y atusa su falda de Pimkie. Cubriéndose los hombros con su capa roja mira por la ventana y ve lluvia. Se tapa con la caperuza, para que no se le rice el pelo, y baja la cuesta cargada con las revistas del cuore que su madre ha comprado para su abuela, que está enferma. Por el camino se le acerca un yonki y le pide un euro para un bocata. No llevo suelto. El yonki le ofrece recargárle el móvil si le hace una mamada, y caperucita le tira las revistas y aprovecha para salir corriendo dirección a casa de su abuela. El yonki la sigue de cerca. Cuando llega a la casa baja toca al timbre desesperada, pero nadie abre la puerta. La abuela, que lleva dos semanas sin que nadie se haga cargo de ella, probablemente esté muerta dentro de la casa, fallecida en total y absoluta soledad por hijos que la ignoran. Así que al final el yonki viola a la niña en el propio portal de la casa, y cuando la pobre queda inconsciente debido a la impresión, le roba el mp3, el monedero, y las bragas como trofeo.

miércoles, 23 de enero de 2008

El espacio exterior

Desde hace unas semanas los dos días que voy a casa de Álex le hago un dictado. Comencé con Ricitos de Oro, pero después de ver el poco interés que el épico cuento de la rolliza niña despertaba en él decidí pasar a temas mayores (o mejor dicho a temas de mayores, como él los llama). Si la semana pasada fueron los volcanes y la erupción del Vesubio, ayer Álex se interesó por la composición del universo. El tema elegido por él mismo fue el planeta Plutón.
En un momento dado, mientras le resumía los pormenores del helado astro, Álex me preguntó que qué era el cielo. Y yo le dije que el cielo era el universo. Cuando las luces del día se apagan y miramos al horizonte desde nuestra ventana, es la inmensidad del espacio exterior lo que observamos.
Álex se encogió de hombros y me dijo que qué pequeños somos. Sonreí y asentí, tan pequeños como una gota de lluvia perdida en un océano.

lunes, 21 de enero de 2008

Derechos de imagen

Lo que le llamó la atención fue su propio rostro observándole desde la camiseta de la chica que tenía sentada frente a él en el autobús, camino al trabajo. Primero le hizo gracia verse cubriendo el torso de otra persona, y después, la gracia se tornó inquietud cuando, de camino a la oficina, se encontró con su cara nuevamente en bolsos, zapatos, sombreros e incluso pendientes.
Unas semanas después le llego una carta al buzón, con su cara también en el sello. Una citación judicial. Según pudo saber a través de sus abogados, le habían denunciado por uso inapropiado de de propiedad intelectual privada sobre la que él no tenía ningún derecho, es decir, su propio rostro. Puedo comprobar entonces que alguien ajeno a él lo había registrado.
Y en el juicio la razón se le dió a la compañía, pues al preguntársele al hombre que si él, en algún momento, había patentado la exclusividad de su semblante, tuvo que decir que no, y todos los derechos sobre el mismo se los quedó la sociedad anónima que sí los había registrado en toda su peculiaridad palmo a palmo.
A partir de ese momento no sólo comenzó a verse por todas partes con más frecuencia, sino que por cada vez que se miraba en el espejo, ya fuese para afeitarse, lavarse los dientes o reventarse un grano, se le sustraía una cierta cantidad de su cuenta bancaria que iba a parar a las arcas de la entidad denunciante, dejándole no mucho tiempo después en total bancarrota (pues era inevitable el no observarse aunque fuese sobre un charco en un día de lluvia...).
Poco antes de morir por hambre pudo verse a sí mismo observándose desde la pared, pues la mirada inquisitiva de sus propios ojos fueron los que le sentenciaron a muerte, y la sonrisa de su retrato el mazo sancionador de tan funesta condena.

viernes, 18 de enero de 2008

Té al melocotón

Con la punta de los dedos rozo la cubierta del despertador. ¡La alarma está apagada! me levanto estrepitosamente de la cama y enciendo la luz. Las ocho en punto. ¡Mierda, me he dormido! Automáticamente mi cerebro grita: ¡ropa! y cojo la camisa que cuelga del portón. Corriendo voy al baño a lavarme la cara. Intento no estrangularme con la corbata. Me termino de vestir. Me calzo, Cojo las llaves. Meto en mi mochila todo lo indispensable y salgo de casa. Subo la calle. Dentro del metro decido tronarme los oídos al ritmo de Daft Punk para desconectar. AroundtheworldAroundtheworld. Harderbetterfasterstronger. Bajo la calle. Tuerzo a la izquierda. Luego tuerzo a la derecha. De nuevo a la izquierda. Luego a la derecha otra vez.
Cuando llego las dos me están esperando con una sonrisa, y me reciben con una taza de té al melocotón sobre mi mesa.

miércoles, 16 de enero de 2008

Los peligros de la DS

Voy sentado en el metro, absorto en la música que escapa por los auriculares de mi mp3 y en la pantalla de mi Nintendo DS, cuando de pronto noto una presencia sentada a mi derecha. Miro por el rabillo del ojo, y observo a un niño embelesado con la partida que estoy jugando. Intento ignorarle y continúo con el juego. Una sombra se proyecta sobre la pantalla superior de la DS. Otro niño. A éste ya le miro fijamente, pero haciendo caso omiso también examina de manera impertinente la videoconsola. Vuelvo a intentar concentrarme. Game Over. Una y otra vez caigo presa de los pinchos, de las setas asesinas y los caparazones de tortuga. Y mientras más y más niños se van apelotonando frente a mí, arañándose unos a otros por intentar visionar la pantalla dual de mi videoconsola, en una orgía de ojos y murmullos que perturban mi, hasta entonces, parcial tranquilidad (ya se sabe, todo lo tranquilo que puede ser uno dentro de un vagón de metro). Es entonces cuando decido poner punto y final. Cierro las dos pantallas, meto el lápiz en el agujerito diseñado para tal oficio y me levanto. Tras de mí los niños se sorben los mocos que les produce el disgusto de no poder seguir voyeurizando sobre mi partida, y poco a poco vuelven al lado de sus impertérritas madres.

lunes, 14 de enero de 2008

Dormir con Sergio

Dormir con Sergio son abrazos por la espalda, besos entre sueños, sus pies contra los míos pidiéndome calor. Me gusta sobretodo cuando yo me pongo boca abajo y él me abraza por encima, cuando junta su pierna a la mía o cuando sus dedos rozan mi cadera.
Aunque como siempre, todo positivo tiene su contrario, y en este caso son las patadas, sus conversaciones entre sueños (ininteligibles, pues no son más que balbuceos, pero con la calidad sonora suficiente como para despertarme...), o las veces que, bajo una pesadilla, sus bruscos movimientos y voces me despiertan (y juro que esto es cierto, como aquella vez en que rompió violentamente mi sueño porque según él su cuerpo estaba siendo invadido por una horda de arañas).
Aún así yo olvido lo segundo, y cada noche que vuelvo es buscando lo primero, la calidez de sus abrazos y sus caricias despertándome a la mañana siguiente.

jueves, 10 de enero de 2008

Paz, pelota, regalo y superhéroe

Dos días a la semana, durante dos horas, voy a casa de Álex, de siete años, para controlar que haga los deberes, darle clases de inglés, y motivarle intelectualmente en general. A veces, para que las clases no se hagan monótonas y aburridas, me invento algún juego, y la semana pasada se me ocurrió uno bastante interesante. Dándole cuatro palabras al azar él tenía que escribirme un cuento, y las que elegí son las cuatro que dan título al post de hoy.
El cuento que Álex se inventó era tal que así:

Érase una vez un pueblo donde había mucha paz, pero de vez en cuando venían unos malos. El superhéroe del pueblo, al que le gustaba mucho jugar, quería tener una pelota con la que poder entretenerse, pero como no tenía ninguna y su cumpleaños estaba cercano su abuela decidió regalarle una, así que desde entonces se dedicaba a derrotar a los malos dándoles pelotazos en la cabeza y dejándoles inconscientes. ¡Y tan sólo tenía siete años!

¡Como podéis ver el pequeño Álex es todo un escritor de best-sellers en potencia! :)

miércoles, 9 de enero de 2008

75 años

Aquel que haya visitado la facultad de Filología (Filosofía y Letras) de la Complutense se habrá topado de bruces con su singular distribución y el verde-azul de las baldosas que decoran los pasillos. Una ornamentación cuanto menos singular. Sin embargo, en la época que fue inaugurada, allá por el lejano 1933, la cosa era radicalmente opuesta, pues era estandarte de la modernidad de la capital con su vidriera art-decó, su ascensor de funcionamiento similar al de una noria, y las clases impartidas por Dámaso Alonso, Ortega y Gasset y otros muchos grandes.
El edificio, además, sirvió literalmente como campo de batalla durante la Guerra Civil (de hecho si entráis por la cafetería aún pueden verse marcas de bala en las paredes), y quedó semiderruído (algo parecido a lo que ocurrió con la faculta de Medicina). Toda una pena que los de la UCM estén demasiado ocupados despilfarrando el dinero en monerías y no en restaurar edificios históricos del campus (porque la verdad que a la pobre facultad, ahora llamada "A", la tienen bastante abandonada...).
En fin, que todo lo anterior viene a que hoy me acerqué con Sergio para recoger al fin mi título de licenciado y para devolver unos libros atrasados, y nos encontramos con una exposición en el hall donde cuentan esto y mucho más, ilustrado con varias fotografías de la época. Yo ya lo sabía, pero lo que tenemos es una joya olvidada y un edificio que, si se le sacase el partido que tuvo antaño, podría volver a lucir como es debido y no como una burla ridícula (que es en lo que se ha convertido hoy en día tal y como se encuentra) de lo que fue.

martes, 8 de enero de 2008

El mensaje de Orwell

Estos días estoy releyendo Nineteen Eighty-Four, porque al final decidí ponerme de nuevo con la investigación. Me compré una edición de segunda mano del 89, y estoy destrozándola a golpe de boli. Me horroriza un poco hacer esto (soy de los que escogen sus libros teniendo en cuenta que las cubiertas estén inmaculadas, que no tengan dobleces ni rotos, y de los que leen los libros sin maltratar el lomo, casi sin abrirlos para causarles el menor daño posible). El caso es que leyendo algunos artículos de crítica hacia la obra de Orwell, muchos se preguntaban que si la obra, superada ya por la fecha profética que le da título, había perdido vigencia 60 años después de su publicación:

For whom, it suddenly occurred to him to wonder, was he writing this diary? For the future, for the unborn. His mind hovered for a moment round the doubtful date on the page (April 4th, 1984), and then fetched up with a bump against the Newspeak word 'doublethink'. For the first time the magnitude of what he had undertaken came home to him. How could you communicate with the Future? It was of its nature impossible. Either the future would resemble the present, in which case it would not listen to him: or it would be different from it, and his predicament would be meaningless.
(Nineteen Eighty-Four, p.9)

Nuestro presente (su futuro) ¿es igual o diferente al narrado por Orwell? ¿es una mezcla de ambas cosas? Y es aquí donde radica mi interés por la obra. Para mí, entender la raíz del totalitarismo expuesto por Orwell significa no desoír su mensaje, no hacer que su aviso se convierta en un sinsentido, para de este modo contradecir la afirmación del propio autor de que es imposible contactar con el futuro, pues hasta aquí, hasta 2008, su mensaje al menos a mí (y a otros tantos) ha llegado. Y es cuando el pasado se funde con el futuro cuando es posible cambiar el presente.

lunes, 7 de enero de 2008

Move on!

Hoy he tenido uno de esos días pesimistas en que lo ves todo del revés. Quizás haya influído el tiempo gris. Quizás que me he pasado la tarde viendo capítulos de "Afterlife" que me dejó Sergio. Lo cierto es que me he pasado la tarde dándole vueltas (de nuevo) a mi incierto futuro e intentando (de nuevo) decidir qué quiero hacer con mi vida, y la única conclusión a la que he llegado (que es a la que llego siempre) es que no tengo ni idea. Porque el trabajo que tengo ahora no es en el que me quiero quedar el resto de mi vida, y porque no tengo muy claro que una vez lea mi tesis sea a la docencia a lo que quiero dedicarme. Tal vez mi problema es que soy un indeciso, o tal vez es que soy demasiado ambicioso y nada me vale. Y esto me lleva a plantearme que por qué debo conformarme, por qué no puedo pedir más, más, más... más hasta hartarme, hasta que me quede sin fuerzas de pedir más y más, hasta que no haya nada más que pueda pedir. Hasta que lo que pida me haga sentirme estable y no sobre un balancín que a la mínima amenaza con tirarme.

jueves, 3 de enero de 2008

Oscuro

¿Cuanto tiempo había estado sin sentido? Cuatro, cinco horas... el tiempo se desdibujaba a la vez que caía en cuenta de que estaba perdiendo sangre por la cabeza. Me llevé la mano al bolsillo encontrando allí un pañuelo. Suficiente para cortar la hemorragia.
En ese mismo instante me percaté de que me encontraba en absoluta tiniebla. ¿Me había quedado ciego debido al golpe? Deslicé los dedos frente a mi cara, percibiendo un sutil movimiento. Conservaba la visión.
Me incorporé como pude. Un latigazo de dolor me recorrió las piernas y el tronco. No sólo me había lastimado la cabeza. El resto de mi cuerpo no se hallaba en mejores condiciones.
¿Pero qué había ocurrido? Intenté retroceder en el tiempo a través de mis recuerdos. La cena en el salón, el baile. Una chica rubia me sonreía. Me encontraba algo mareado por el alcohol y decidí retirarme a descansar. Y entonces ésta oscuridad. No llegaba a comprender nada de lo que me estaba pasando.
Me giré, y al levantar la vista observé un resplandor azulado. Fue al acercarme cuando comprendí todo. Delante de mis ojos, y a través de la escotilla de mi camarote, frente a mí se desdibujaba la inmensidad del océano. Mi tumba.

miércoles, 2 de enero de 2008

Miedo a morir

Aceptar la muerte significa admitir plenamente su inevitabilidad, resignarse a sucumbir ante ella y no dramatizar sobre el punto y a parte que ésta significa en la vida del individuo al que ataca. Yo acepto totalmente mi muerte. Pero a la vez, yo temo a la muerte. No temo el hecho de morir en sí, que más o menos doloroso termina en plácido sueño; temo lo que queda tras de mí y de lo que fuí: la gente que sufrirá por mi ausencia, el recuerdo que se desvanece, el mundo continuando incesante su ciclo sin mí, las ciudades que caerán y se levantarán mientras yo duerma, la vida sobre la tierra continuando su ciclo infinito (a nuestros ojos) produciendo cambios y alteraciones en la vida.
Me da miedo, finalmente, desvanecerme de la crónica del mundo (¿no es la supervivencia indefinida e infinita el fin último de todo ser vivo?). Me da miedo no trascender, y que, como escribió un sabio guionista dando voz a un androide herido, no ser más que "lágrimas en la lluvia".
Felíz 2008.
:)