viernes, 26 de septiembre de 2008

La ventaja de ser nuevo

Una de las ventajas que he encontrado siempre al ser nuevo en un trabajo es poder observar a los demás sin tener que dar mucho de mí. No sé muy bien por qué, pero cuando uno llega nuevo a un trabajo, según mi experiencia, los que le rodean, los veteranos (por llamarles de algún modo), suelen actuar de la forma más simiesca posible, es decir: intentan hacerse notar haciendo monerías. Estas monerías suelen traducirse por intentar dar la nota levantando la voz, hacer chistes sin venir a cuento, gesticular exágeradamente, hacer ver todo lo que saben sobre el puesto de trabajo (o lo que es lo mismo, lo poco que sabes tú) o tomarse toda confianza contigo y contarte sus vidas y milagros sin tan siquiera saber tu nombre (eso sí, muy cortesmente, una vez has tenido que tragarte todo su bodrio, tienen el detalle de preguntar cómo te llamas; dejas de ser el nuevo, él, ese chico o simplemente ése durante un rato. Al día siguiente vuelven a preguntarte como te llamas, o te giran la cara y no te dirigen la palabra nunca jamás).
No sé si porque siempre que he llegado a un trabajo nuevo he ido con la mentalidad de ser algo temporal, o simplemente porque me gusta analizar a los demás, cada vez me cuesta más acercarme a mis compañeros de trabajo. La mayor parte de ellos me aburren. Y me aburre la manera que tienen de prejuzgar a la gente nueva (tanta suspicacia a veces me pone un poco de los nervios).
Imagino que tal vez, dentro de dos o tres meses, puede que incluso un par de ellos me caigan bien. Con los años me voy volviendo más asocial. Y también más intransigente.

viernes, 19 de septiembre de 2008

La loca de mi trabajo

Mi jefa fue la primera en hablar de ella. Por lo visto era agente de Wintherthur y la habían traído desde Barcelona a nuestro edificio, nuevos dueños de su compañía aseguradora, para darle un cursillo de reciclaje sobre nuevos protocolos. La cogió en el descansillo y le contó su vida (todo esto y mucho más, pero que tampoco viene al caso). Después le pidió que fuesen juntas a fumar. Y también le preguntó que si tenía un sobre, para meter una muela que se le acababa de caer.

Gema está sentada en el cuarto de la máquina de café, comiendose un sandwich de pavo. Me siento con ella y me cuenta cómo su anterior jefa se divertía manipulando a todas sus trabajadoras para que se diesen puñaladas traperas unas a las otras, y cómo después victimizaba preguntándose por qué todo el mundo pensaba que era mala persona. La loca de mi trabajo se acerca a nosotros. Nos mira fijamente, en silencio. Me llama la atención su ajustado traje rojo, el color gastado de sus labios (probablemente se lo había retocado hacía poco, después de haberse pasado tres horas pasando la lengua por ellos; aparentemente no había podido resistir hacerlo una vez más). ¿Cuándo empieza la fiesta?, pregunta. ¿Qué fiesta? Le respondo yo (últimamente me encuentro hablando con más gente loca que cuerda, no sé por qué, y les sigo la conversación a todos). Ella se gira y mira unos pasteles sobre una de las mesas. Yo no había reparado en ellos al entrar. Gema se ha atragantado con el sandwich. No lo sé, yo acabo de llegar ahora mismo y no tenía ni idea de que alguien estuviese de celebración. La loca de mi trabajo sonríe y se mordisquea el labio inferior. Después balbucea algo ininteligible. Gema y yo nos miramos. Me voy a fumar un cigarro, si me necesitáis para algo, estoy abajo. Y se va.

Volví una hora después y ya no quedaban pasteles. Probablemente se los comió todos ella, cuando nadie miraba. No la he vuelto a ver. Quizás no era agente de Wintherthur y simplemente estaba desorientada. O quizás, tras comerse los pasteles y sentir culpabilidad, cogió el puente aéreo de vuelta a Barcelona y se encerró en su habitación, hasta terminar la digestión de su pecado. O se fue en busca de más sobres donde ir metiendo el resto de sus dientes que fuesen cayendo.

De vez en cuando miro a ver si hay más pasteles y los está rondando, porque al menos abajo, fumando, no hay rastro de ella.